UNA MONOGRAFÍA PARA TRANQUILIZAR A LAS "BUENAS CONCIENCIAS"
Elenco: Francisco Barreiro, Luisa Pardo, Gabino Rodríguez.
Coordinación y Texto: Luisa Pardo, Gabino Rodríguez
Asistente de Dirección : Mariana Villegas
Asistentes generales: Hoze Meléndez, Carlos López Tavera
Video: Yulene Olaizola, Carlos Gamboa
Iluminación: Sergio López Vigueras
Investigación iconográfica: Josué Martínez
Utilería y arte: Úrsula Lascurain
Colaboración artística: Fernando Álvarez Rebeil, Mauel Parra García
Radio, línea del tiempo/ árbol genealógico: Juan Leduc
Artista invitado: Felipe Luna
Imagen: Francisco Barreiro
Isadora: Carlos Gamboa
Asesoría técnica en video: Emiliano Leyva
Edición del Libro: Interior 13
Realización escenográfica: Mauricio Maldonado, Agustín Padilla, Héctor Arrieta
Realización de vestuario: Yesenia Olvera, Patricia Sánchez
Drapería: Marco Álvarez
Producción Ejecutiva Teatro UNAM: Andrea Poceros y Ricardo de León
Staff de producción: Joel Olmos, Armando Ruíz, Luis Ramírez, Elmer Ramírez
Coproducción: Teatro UNAM, Kunstenfestivaldesart,
Festival de México en el Centro Histórico y
Compañía Lagartijas Tiradas al sol
Por: Antonio Mejía Ortiz
Derretiré con un cerillo la nieve de un
volcán, propuesta escénica de
Lagartijas tiradas al sol, por un lado, usa la sátira política para hacer una
revisión histórica del PRI, institución mexicana que a través de la imposición autoritaria
disfrazada de democracia, ha determinado el rumbo de la ideología nacional,
luego de la Revolución de 1910. Por otro lado, nos muestra la vida Natalia
Valdés, activista del Magisterio desaparecida en misteriosas condiciones
durante el año 2000, quién sufrió la violencia ejercida desde el Estado en sus diferentes
mecanismos de control, que van desde el credo familiar hasta las totalitarias
doctrinas burocráticas.
La
puesta en escena intenta crear un efecto de distanciamiento que genere en el
espectador una reflexión crítica acerca de su conciencia social y su identidad
nacional. Se sirve de diferentes técnicas de convención escénica para generar
sentido teatral, como la proyección en video de material histórico; el uso de frases
y datos duros sobre la pantalla a manera de cuestionamientos retóricos; las formas
de establecer contextos como las del Teatro campesino, con letreros, imágenes,
máscaras o elementos de utilería que determinan los rasgos de carácter o la
presencia misma de un personaje, logrando en la percepción del espectador una
intensidad adecuada del ritmo escénico; la relación directa con el público, a
través de narraciones, lecturas, explicaciones o discursos; hasta breves
representaciones, incluso. Lo anterior en función de una estructura dramatúrgica
geminada que se mueve libremente en el tiempo, los espacios y los contenidos psíquicos,
emotivos e intelectuales, con el dinamismo de las construcciones
postdramáticas, donde convención y ruptura se reúnen en un planteamiento
escénico irradiante de asociaciones históricas de un cercano pasado político
mexicano, que conduce al espectador de una evocación de la narrativa personal
hacia una conciencia del devenir de la identidad nacional.
El
planteamiento es interesante sin embargo su ejecución deja mucho qué desear,
pues si bien están planteados o sugeridos los momentos escénicos, no son
contundentes en la mayoría de los casos o simplemente no se concretan,
ocasionando que hacia el final, el entramado de la historia de Natalia Valdés
en lugar de conmovernos, se diluya en un tono melodramático deficientemente
sostenido por Luisa Pardo. Asimismo, lo que comienza como una dramaturgia
comprometida con la realidad social de un pueblo, se mantiene al margen,
quedando así en mera relación de hechos, expuesta por un grupo de teatro que
más allá de no tomar postura, no profundiza en los medios de formación e
imposición de una ideología hegemónica. Lo mismo sucede con los aspectos
fundamentales que determinan la curvatura destructiva en la psique de Natalia
Valdés, los cuales, insinuados pero no apuntalados, se confunden y adquieren el
mismo peso dramático que los apuntes narrativos de otros personajes, los cuales
le dan cuerpo a las circunstancias pero
no a la dimensión humana del carácter.
A
lo anterior se suma un convencional e ineficaz uso del escenario, recargado de
decoraciones inútiles que no aportan nada al sentido de la propuesta ni a la
atmósfera. Un diseño de iluminación repetitivo que pasa inadvertido porque se
desentiende de los tonos emotivos desarrollados. Transiciones expuestas donde
los actores deshabitan su instrumento, trazos sucios y posiciones que al no
estar referidas a una imagen o concepto espacial, le dificultan al público una
plena percepción del acontecimiento. Un diseño sonoro que, como lo anterior, se
queda muy pequeño frente a lo llamativo de la proyección que se vuelve
indispensable como elemento que va resolviéndolo casi todo. Aunque por el
estilo de la propuesta escénica se comprende que no es intención de los actores
representar, ni establecer una progresión dramática o una variedad de tonos,
hay ciertos aspectos técnicos de presencia escénica, proyección de emociones e
intenciones y de entrenamiento corporal que no pueden eludirse. Mientras
Francisco Barreiro y Gabino Rodríguez, de alguna forma van sosteniendo su
presencia escénica, Luisa Pardo se nota lejos de la disposición necesaria para
llevar a cabo y de manera eficaz, la parte que le corresponde y es esencial
para la evolución de la escenificación.
No
quiere decir que sea una obra de teatro por completo desechable, más bien que
requiere un tratamiento más complejo porque en este momento da la sensación de
estar frente a un proceso y no presenciando un resultado. Con todo, tiene
momentos interesantes e imágenes bellas que mantienen despierta la atención del
público. También se puede rescatar las soluciones de las distintas imágenes
escénicas a través de los mismos accesorios y que aun siendo ilustrativos en
general, aportan expresividad al discurso y continuidad espacio-temporal. Es
una obra con atractivas pretensiones pero incompleta en su realización. A pesar
de sus buenas intenciones, no le hace justicia a la condición de vida de los
mexicanos y sus necesidades críticas, ni a la memoria de Natalia Valdés. Dadas
sus características discursivas y estilísticas, se siente fuera de lugar como
un cerillo intentando derretir la nieve de un volcán. Termina por funcionar
como un calmante para las buenas conciencias de la clase “culta” universitaria
o una monografía lúdica, en lugar de ser un reclamo de dignidad que se
relacione con las necesidades del grueso de una población engañada,
traicionada, sumergida en la extenuante jornada de la ideologización histórica.