martes, 19 de agosto de 2014

THE GRAND BUDAPEST HOTEL

La Insegura, vanidosa, superficial, rubia y absorbente épica de Wes Anderson ó
Una crítica que no encaja con la Revista Icónica



FICHA TÉCNICA:
Dirección:             Wes Anderson
Producción:          Wes Anderson, Jeremy Dawson, Steven M. Rales, Scott Rudin
Guion                     Wes Anderson
Música                   Alexandre Desplat1
Fotografía              Robert Yeoman
Montaje                 Barney Pilling
Género:                 comedia
Estados Unidos, 2014, 99 minutos
Reparto: Ralph Fiennes, Saoirse Ronan, Tilda Swinton, Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Adrien Brody, Edward Norton, Harvey Keitel, Jason Schwartzman, Owen Wilson, Bill Murray, Mathieu Amalric, F. Murray Abraham, Jude Law 


Por: Antonio Mejía Ortiz

Wes Anderson presenta la fantástica aventura de Gustave H (Ralph Fiennes), legendario conserje del famoso Gran Hotel Budapest, que es inculpado por el asesinato de su millonaria amiga, amante y huésped, quien le ha dejado una pintura invaluable como herencia. Acompañado por Zero Moustafa -el chico del vestíbulo a quien convierte en su protegido-, y rodeados de una planilla amplia de singulares personajes, representados por un magnífico reparto, sortean una serie de eventos límite durante el periodo europeo de “entre guerras”.

Sirviéndose de recursos narrativos adaptados al cine como “el teatro dentro del teatro” o la intertextualidad utilizada por Miguel de Cervantes al darle vida a Cide Hamete Benengeli[1] en Don Quijote de la Mancha, este filme es una soberbia exhibición de polifonías rítmicas y tonales, así como de matices respecto a los géneros por los que transita con agilidad y elegancia; si bien en general se trata de una comedia que ubica su expresionismo en el tratamiento de la paleta de colores y el tipo de actuación propio del humor inglés, hay referencias características de la “Pieza chejoviana” y el “cine negro”, obviamente exaltando el sentido irónico y patético de temas complicados de abordar como el miedo, la violencia, la injusticia, y la corrupción del grupo hegemónico en turno, frente a los errores de carácter del individuo, sin caer en panfletarismos o chauvinismos.

El planteamiento que en sí podría parecer superfluo -pues no penetra en la psicología de los personajes-, genera profundidad épica al arroparse de una serie de “personajes tipo” trabajados a detalle y asimismo, de gran cantidad de pequeñas historias apenas insinuadas en su azarosa presencia que sin embargo construyen la causalidad que cimenta el obsesivo equilibrio plástico y argumentativo de la acción toda, cuya progresión dramática resulta de la confrontación entre el comportamiento moral de buenos y malos que por momentos se difumina; y, el sentido último de sus intenciones, al margen de las tendencias innatas. Así, Wes Anderson erige una atmósfera emotiva que absorbe nuestra psicología para definir los rasgos de carácter de los protagonistas que en busca de la verdad o defendiéndola, serán derrotados o caídos en decadencia a causa de los accidentes históricos que le dieron identidad a la primera mitad del siglo XX.

Dicho equilibrio se nota en la simetría visual de los escenarios, en el manejo de los planos y la maquinaria escénica a cuadro que propone una especie de sistema fractal, donde cada escena, cada situación, como los personajes mismos, son reflejos o desdoblamientos unos de otros, en un juego del montaje donde lo general va edificando lo particular y a su vez, dado que la resolución del misterio no es el objetivo principal, lo particular en síntesis del entramado general. El diseño sonoro es una delicia de ritmos y “tempos”, donde se orquestan los sonidos incidentales con la banda sonora, con los encuadres y los planos e incluso con la musicalidad de los diálogos y sus inflexiones.

The Grand Budapest Hotel es una obra maestra, “una ilusión con una gracia sorprendente acerca de los vagos destellos de civilidad en este matadero salvaje que alguna vez fue la humanidad”[2], cuya naturaleza meta-argumentativa trasciende el universo cerrado de la película, pues estando inevitablemente ligada a la personalidad de su creador, es también similar a su protagonista: “insegura, vanidosa, superficial, rubia y absorbente[3]”, como todo lo trascendente en el mundo de las formas.



[1] Cide Hamete Benengeli es un personaje ficticio, supuesto historiador musulmán creado por Miguel de Cervantes en su novela Don Quijote de la Mancha, quien sería el escritor de gran parte del Quijote. La novela sería entonces la traducción de un texto antiguo en árabe que relata hechos verídicos. Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha. Real Academia Española. Alfaguara. capítulo IX. P 87.
[2] The Grand Budapest Hotel. Wes Anderson. 2014.
[3] Ibídem.

martes, 12 de agosto de 2014

ADIÓS CARLOTA

De cómo un acto creativo deviene en acontecimiento

POR ANTONIO MEJÍA


El espectáculo de marionetas de Gerardo Ballester Franzoni es un viaje a través de las evocaciones y los momentos oníricos de una Carlota de Habsburgo anciana que se acerca a la muerte. Sin embargo, Adiós Carlota no es únicamente lo que vemos en el pequeño escenario de la sala Alcázar del Castillo de Chapultepec, es especialmente lo que no vemos, es decir, el tratamiento –consciente o inconsciente- de la esencia que le da su particularidad al teatro respecto de las otras artes: el concepto de acontecimiento dramático, como la construcción de una atmósfera reflexiva que se fabrica desde los medios de difusión hasta el edificio que se elige para presentarse, pasando obviamente por el diseño escénico, lo cual provoca un estado dinámico en la percepción del espectador que hace dialogar su narrativa personal con los estímulos que recibe antes, durante y después del hecho escénico, porque dichos estímulos son esencia del acontecimiento mismo.

La construcción del espectáculo inicia desde el largo camino hacia la entrada del Castillo de Chapultepec, generando una atmósfera que abstrae al espectador de su momento histórico para adentrarlo en el tiempo sin tiempo de la historia; y al mismo tiempo contextualiza lo que se presentara más adelante, de allí que la elección del recinto es indispensable para complementar la parte del argumento que no se trata en la obra pero sin la cual el espectáculo quedaría escueto. A pesar de la desafortunada disposición de los asientos, es notorio el magnífico trabajo en la hechura detallada de las marionetas, el decorado y los pequeños vestuarios de época, algunos de los cuales servían de medio para hacer transitar a los personajes en el tiempo y de un universo a otro.

El trabajo de los marionetistas es bastante bueno aun cuando se les escaparan ciertos detalles de lógica física que en un trabajo de esta naturaleza son importantes, pues aunque la imaginación humana es poderosa e indulgente, la mente está diseñada para detectar inmediatamente los comportamientos ilógicos de todo cuerpo en el espacio y esto puede sacar al espectador de la fantasía. Asimismo, hubo momentos en que parecían no haber mecanizado las dimensiones y estructura del escenario; situación seria si se toma en cuenta que estaban a un par de funciones de cerrar temporada.

Si bien es cierto que las marionetas por sí mismas tienen cierta expresividad (sobre todo estando tan bie realizadas, como es el caso), no adquieren estar dramático hasta que el marionetista hace de ellas una extensión de sus propias capacidades expresivas (psicológicas, emotivas, racionales), para articular un carácter. Así, los marionetistas de Adiós Carlota realizan un trabajo no desprovisto de dificultades tomando en cuenta la descuidada tradición mexicana de este tipo de teatro, pero que logra ser convincente e incluso conmovedor, especialmente con el personaje de Carlota anciana quien termina siendo determinantemente entrañable.

Las composiciones e interpretación en piano de Deborah Silberer acentúan y se suman apropiadamente a los contrapuntos emotivos y los matices cómicos que propone el desarrollo de carácter del personaje principal. La estructura de la obra en general transita ágilmente de un momento escénico a otro logrando darle énfasis el estado emotivo final. Del mismo modo, los detalles simbólicos como la Serpiente emplumada, los guiños históricos sustentados por el desafortunado destino del Emperador Maximiliano de Habsburgo y las metáforas sobre la demencia, confeccionan un atractivo entramado poético que libera al personaje de su densa carga histórica y lo colma de profundidad humana, alcanzado así un sentido universal al lograr que nos identifiquemos con ella desde las fragilidades de nuestra historia personal.
Quizá los traspiés de Adiós Carlota se encuentran en el diseño de iluminación de Isaías Martínez que todo el tiempo expone involuntariamente a los manipuladores de títeres (como se anuncian en el programa de mano), traicionando la ilusión creada por el juego de luz-oscuridad a través del cual se manipula a las marionetas; y que al mismo tiempo, descuida las sombras que se filtran de lo que podríamos llamar tras bastidores (hablo de la función a la cual asistí). También, parece demasiado discreta respecto a la variedad de diseños escénicos que propone el espectáculo.

Por su parte, la dirección al establecer una convención con los marionetistas ocultos que rompe al diluir la cuarta pared y a la cual regresa en un par de ocasiones, genera ambigüedad en el imaginario que entorpece la fluidez de la narrativa, aun cuando la salida final de Carlota es un bello pasaje. Queda la impresión de que esta propuesta escénica, voluntaria en este caso, permanece entre lo necesario y lo innecesario, sin definirse como para adquirir contundencia. Al puntualizar lo anterior no pretendo demeritar el trabajo de este grupo de creadores -al contrario-, intento explicar el detalle que requiere así como lo especializado que resulta y lo trascendente que es generar espectáculos de calidad de este tipo.

Una vez terminado mi viaje con la Emperatriz Carlota, por el Castillo de Chapultepec y por Reforma, no me caben dudas acerca de tres puntos: 1) Más allá de nuestro patriótico apego a la democracia republicana, Los Emperadores Maximiliano y Carlota forman –por voluntad propia- parte importante de nuestra historia y asimismo son personajes entrañables cuya presencia no pudo asesinar “el respeto al derecho ajeno”; 2) El grupo de creadores y ejecutantes de Adiós Carlota es un equipo de profesionales que hacen un trabajo importante y de calidad internacional para la escena teatral mexicana. Los dueños del discurso artístico en México debieran abrirles todas las puertas para que este espectáculo tuviera muchas temporadas más en los diversos escenarios de la Ciudad de México, por lo menos; 3) Adiós Carlota ha sido una experiencia que deviene en declaración acerca de la trascendencia que para el individuo significa un acontecimiento dramático y un hecho escénico, cuya presencia es determinante de un acto creativo. Desde esta trinchera marginal del teatro, mis más sinceras felicitaciones.


Tlalpan, México, D. F., a 11 de agosto de 2014