lunes, 30 de enero de 2017

LA LA LAND

Un viaje a través del amor, a través de la vida.


Fui a Oaxaca para leer un texto mío y apenas llegando, dos talentosas y bellas señoritas dijeron que iban a ver La La Land, que si queríamos acompañarlas. Me pareció buen plan porque si no era en ese momento, después quizá ya no iría al cine a verla. Nos juntamos unos cuantos compañeros y fuimos entre la expectativa y la promesa de que era un filme espectacular. Yo estaba muy interesado porque había visto Whiplash y me gustó mucho, no sólo por mis pretensiones musicales y artísticas, sino por el sentido del ritmo de Damien Chazelle; porque Emma Stone es una de esas chicas que a primera vista no te gustan, pero terminarías enamorado locamente de ella, porque desde hace unas cuantas actuaciones Ryan Goling se ha vuelto un actor interesante, porque había escuchado el sountrack y es una belleza, porque todo mundo estaba encantado por el musical.

Aunque La La Land tiene otro tono y es otro universo, conserva mucho de Whiplash en cuanto a una temática propia del director (amor y vocación en contraposición con la realidad) y un estilo, pero también en cuanto a un montaje hecho al ritmo y la melodía. Se trata de un musical en sentido estricto ya que está planteado desde una lógica sonora, es decir, no se trata de una realidad con apartes musicales sino de una realidad cuya materia es la musicalidad y su sentido melódico, tanto así que, si quitáramos la excelente banda sonora, se sostendría la estructura armónica: ritmo, tempo, intensidad, coloratura, etc.

Más allá de la espectacularidad propia del género, se narra una historia de amor convencional, pero no lo digo como demérito sino como virtud, dado que su extraordinariedad se basa, precisamente, en la tremenda humanidad de los protagonistas, con los que podemos identificarnos: sus deseos e ilusiones, sus fantasías, su lucha personal frente a circunstancias y las consiguientes frustraciones. Así, se hacen al prototipo y el cliché que implica cualquier relación amorosa y logran romperlo para alcanzar estatura universal y arquetípica.

La La Land retrata bien el universo de las permutaciones, donde las diferentes posibilidades desencadenadas por las decisiones de los personajes, respecto a su relación amorosa, avanzan a la par creando diferentes futuros donde ellos serán los mismos, pero sus destinos serán distintos.

Otra de las virtudes de La La Land es haber hecho un entretejido perfecto (que los estudiosos llamarían intertextualidad) que conjunta la época dorada del cine Hollywoodense (con referencias a una gran cantidad de películas icónicas), la fórmula del cuento de hadas (que continúa y continuará siendo determinante en el inconsciente colectivo) y el guiño a esa atmósfera jazzera underground, densa, elegante y perniciosa, único espacio y tiempo en donde una señorita henchida de ilusiones que desea ser amada se encontraría con un irremediable soñador arrebatado por el deseo de amar.

Aun cuando hay cierto detalle en el tono de la actuación, Emma Stone y Ryan Goling realizan una gran ejecución de canto, baile y actuación que hacen de esta película una bomba emotiva digna de verse, disfrutarse y volverla a ver. La fotografía y el arte acompañan y enfatizan el momento dramático de acuerdo a la premisa planteada del paso de las estaciones por las que atraviesa la relación de los personajes.

Lo que le confiere su dimensión de película importante, a diferencia de muchos otros musicales almibarados, son los quince minutos finales que nos revelan que no hay primavera sin invierno y que el amor se trata, a final de cuentas, de la capacidad de experimentar la alegría de vivir ante la imposibilidad de seguir con el ser amado. Asimismo, como diría el profesor Fernando Martínez Monroy, que amar es dar lo que no se tiene a quien no es, porque amar es romper el ideal y la mayoría de quienes desean ser amados, no están dispuestos a aceptarlo.


La La Land es, sin duda, una bellísima obra: interesante, moderna, ágil y emotiva; que marcará a los enamorados que vayan a verla y que propiciará una nostálgica paz a quienes han perdido o siguen esperando al amor de su vida.