Sir-ko
es una tomadura de pelo, una fantochada, es una producción ególatra y
pretenciosa a gran mediocre escala. Trejo Luna es un magnífico actor, pero su
despliegue creativo debería concentrarlo en la actuación o, por lo menos,
debería rodearse de profesionales honestos, creativos, y no de falsos profetas
ni aduladores.
Sir-ko
es un pueril experimento que abunda en premisas, estéticas y discursos ya
desgastados o explorados a conciencia desde hace dos siglos, por lo menos. Es
un montaje tan indolente, que el actor principal ni siquiera se toma la
molestia de asistir a las funciones, ya que toda su participación está grabada
de antemano. Lo que vemos en Sir-ko
es una petulante intención de instalación, cuyo sustento es una filmación que
se autosatisface en los referentes personales, en las confesiones, en una
documentación privada llevada al campo de lo público a través de objetos
personales tratados como objetos de culto, además de la exposición desmesurada
de los gustos artísticos de sus realizadores, hasta el punto de sacarlos de
contexto y robarse dichas referencias descaradamente, como hacen con Fellini y
el final de Nostalgia de Tarkovski,
que es el caso más desvergonzado. Estamos, pues, frente a una intentona de
dispositivo fílmico-escénico que es en realidad un fraude de la escena
expandida contemporánea en México, planteado sobre premisas y juegos de convenciones
escénicas justificadas en ideologías comunitaristas, de autoayuda y de aspiración
sociológica, muy a la moda; con un entramado visual y sonoro lleno de lugares
comunes y frases tan grandilocuentes como vacías.
El pobre decorado circense, como la actriz
que intenta sin propósito interactuar con y en él, así como las distintas “perspectivas
nuevas” (según ellos) planteadas, incluso los chicos de la ENAT que participan
en el montaje y que ni siquiera son merecedores de ser nombrados en el programa
de mano, terminan por ser un torpe, gigante y costoso elefante blanco que
traiciona el sentido presencial y convivial de un acontecimiento escénico.
El discurso, en su intento de visceralidad
y reafirmación de la individualidad (que deberían realizar en una sesión
psicológica y no en un escenario), precisamente por su carencia de dimensión y
hondura, se hunde en un cinismo bárbaro, en un laberinto de autocomplacencia,
de snobismo, de culto a un yo unidimensional onanista, donde los estudiantes de
la ENAT que participan, son expuestos en escenas ridículas, no por tono sino por
descuidadas y mal planteadas, con el único fin de comprobar una premisa
maniquea, misma que esperan que el público acepte sin remilgos y sin cuestionamientos,
explícita y servilmente, so pena de ser tachado de retrograda o ignorante.
En la página de Teatro UNAM se describe la
obra como “lo impredecible en el escenario”; como “una invitación a descubrir
la profundidad del teatro”; como un “perspectiva nueva al concepto de teatro”.
Y por lo que se nota en el escenario, es posible que esa intransigente vanidad
no está lejos de lo que los autores piensan de sí mismos, cuando lo único
auténtico y novedoso en Sir-ko, es
cómo siguen mamando del presupuesto asignado al teatro para no hacer teatro,
sin morir en el intento.
Más allá de este mamotreto, hay por lo
menos cuatro situaciones preocupantes en cuanto al estilo de esta producción: primero,
que el público ávido de experiencias escénicas, de formar parte del
acontecimiento y de pertenecer al séquito intelectual, lo aplaude todo, no hay
perspectiva; segundo, que los autodenominados artistas creen que reconstruir,
construir o resignificar, les otorga el permiso de apropiarse de la creación de
otros para sustentar, injustificadamente, sus propias ideas llenas de
planteamientos superficiales y sensibleros, de psicología de supermercado e
ingenuas reflexiones estilo Hallmark;
tercero, que si lo hicieran con sus recursos y en la intimidad de su círculo de
amigos o en la privacidad de sus instalaciones, pues allá quien lo crea, sin
embargo, este tipo de experimentos se hacen con recursos públicos y no me
parece adecuado que Teatro UNAM siga financiando proyectos de búsqueda personal
que no quieren hacer teatro o que son ejercicios de realización personal que a
nadie más tendrían por qué importarnos; y, cuarto, que la crítica teatral en
México, en su mayoría, es aduladora e ignorante, son críticos oportunistas que
asisten al teatro con ideas preconcebidas y elitistas y que son incapaces de
analizar una producción porque están dispuestos a aceptarlo todo, siempre y
cuando ese “todo”, provenga de un discurso correctamente político enunciado por
figuras con cierto estatus dentro del medio.
El teatro no es ideología, ni vertedero de
preocupaciones individuales, el teatro es verdad y aborrece la mentira, la
egolatría, lo aparente, lo innecesario; es una experiencia estética e
interesante que conmueve, es decir, que mueve la emoción y el intelecto. El
arte es, como dice A. Lesper, un producto
de la inteligencia, el talento y la sensibilidad humana y por esto, Sir-ko no es teatro, no es cine, no es
una instalación, no es arte; es, a lo mucho, un ejercicio de estilo, cuyo
propósito de exorcismo o realización personal contiene una retórica frívola.
Sir Ko
Tramaturgia: Gerardo Trejoluna
Dirección general: Gerardo Trejoluna
Dirección escénica: Rubén Ortiz
Acabo de encontrar este articulo y me parece muy interesante. Me gustaría saber quien lo escribe. Mi correo es gtrejoluna@hotmail.com me gustería seguir la retroalimentación.
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