ANTONIO MEJÍA ORTIZ
antoniomourder@gmail.com
La crítica que no
es complaciente ni cortesana y que no está comprometida por recomendación o
afecto, se ha alejado del teatro “culto, profundo y con conciencia social” que
tanto gusta a los foros y las instituciones de gobierno, así como al selecto
grupo de pseudointelectuales “cultos, profundos y con conciencia social” que
conforman el mentado medio teatral de la Ciudad de México. Esto, porque dicho
medio se maneja, a través de escalafones y cuotas, al estilo de una gran
oficina burocrática, con los mismos vicios y canongías. Allí, lo que importa es
mantener una actitud servil por hipocresía o idolatría que, tarde o temprano,
será recompensada con una puesta en escena, una publicación, una beca o un
premio, siempre y cuando se hayan hecho los méritos correspondientes que no
tienen que ver con la calidad de la obra o el proyecto sino con la especulación
del mercado y la moda, con la recomendación o el afecto, para decirlo suavemente.
De esto deriva que
el teatro “culto” suceda en pequeñas esferas cuya comunicación con el público
real está cancelada. En estos espacios, se vuelve más importante toda la
retórica que circunda una creación escénica y se deja de percibir aquello que
puede leerse en el texto o sobre la escena. El teatro pasa entonces de ser
“culto” a convertirse en un culto: panfletario, déspota, donde abundan obras
sensibleras que exponen las afecciones personales de quienes, encerrados en una
esfera pequeño burguesa, las producen y las montan. Este teatro ha dejado de
lado la intuición, la emoción y el conocimiento; no es ya una reflexión
interesante, crítica o de menos entretenida acerca del mundo de la vida que
transmita el alma y el espíritu de sus contemporáneos. Sin embargo, si el
público no asiste al teatro es por culpa de todo, especialmente del espectador,
excepto de quienes tienen secuestrados los espacios de exposición y los
reparten, en su mayoría, en círculos sociales específicos, perpetuando y
actualizando los viejos vicios del medio teatral. Lo que ofrecen son obras
inacabadas, deficientes, con estéticas anacrónicas, repetitivas, aburridas y
estúpidas, con un falso, superficial y comercial contenido de conciencia social
que termina por soslayarse en el dolor de las víctimas y lucrar con la
desgracia de un sector al que, en realidad, no atienden.
El teatro “culto”
es profundamente endogámico, hiper explicado-publicitado-protegido, que se
realiza para un pequeño sector que, por recomendación o afecto, por servilismo,
idolatría o ignorancia, aplaudirán y celebrarán todo aquello que se arroje como
creación escénica. En esta dinámica el camino al éxito (ser montado, publicado,
premiado, elegido…) está adoquinado de mediocridad e implica ceder autonomía,
dignidad, inteligencia.
No es casual que
la crítica teatral esté casi desaparecida cuando todo se trata de halagos,
cuando la mayoría de quienes ganan premios y becas o son elegidos o
beneficiados (que producen obras a destajo, todas de total intrascendencia) han
cumplido con su cuota en el gran escalafón propuesto por quienes dominan los
espacios y soportes de exposición; mismos que, utilizando un discurso
políticamente correcto, supuestamente critican un sistema y un estado corrupto
de las cosas que los protege, al que pertenecen y del que se alimentan por
servilismo u oportunismo.
El público se
aleja de los foros que ofrecen teatro “culto” y se acercan al teatro
“comercial”, porque, irónicamente, les ofrece algo que se supone no tiene:
verdad, calidad, honestidad, RESPETO hacia el espectador. Más allá de los
estilos, las escuelas o tendencias, el teatro “culto” ha dejado de ser una
manifestación del coraje, esfuerzo y creatividad del creador para elevar el
nivel cultural de su pueblo. Mientras que la mediocridad, la recomendación por
especulación o afecto, el servilismo, la idolatría y la ignorancia están siendo
recompensadas, la sensibilidad, la responsabilidad y la conciencia sobre la
situación en el mundo contemporáneo, así como la honradez, se ha convertido en
un auto-sacrificio que será castigado. En una realidad así, la crítica real y
la belleza del teatro están condenadas. A pesar de todo, existen artistas,
proyectos y voces que, contra viento y marea, se manifiestan creativamente, con
emoción, dignidad e inteligencia.