jueves, 14 de junio de 2018

EL CULTO DEL TEATRO CULTO (Segunda parte)


3er CONGRESO NACIONAL DE TEATRO
Entre el Congreso Nacional de Teatro y Televisa, prefiero a Televisa

Entre Televisa y los detentores del poder en las muestras y congresos, así como en instituciones teatrales, prefiero a Televisa; por la sencilla razón de que prefiero a quien me excluye soberana y directamente, es decir, a quienes son francos y me embisten de frente y no a los que se autodenominan salvadores, pero hacen su escalera al cielo con cadáveres; como diría mi abuela: cuídate de los mustios que de los hocicones yo me encargo. Obviamente, lo de preferir a Televisa es una exageración para plantear que, a mi parecer y salvo algunas excepciones, el más reciente Congreso Nacional de Teatro fue, de nuevo, una expresión de simulación, mediocridad y búsqueda de asistencialismo.

 Las instituciones que representan, promueven y reproducen una ideología con valores sustentados en la especulación del mercado y las viciadas agendas políticas, generan medios de accionar nefastos y perversos. Son, como se dice, parte del “Sistema”, esa figura ominosa y malévola que es omnipresente, omnisciente y que todo lo asimila; por lo mismo, se le puede achacar cualquiera de nuestros errores de carácter, cualquiera de nuestras ineptitudes o fracasos. Por otro lado, se encuentra lo que podríamos llamar “contracultura” y que, a grandes rasgos, serían los movimientos sociales y culturales caracterizados por la oposición a los valores e ideologías establecidos por el Sistema. Y es allí que las formas y los “cómos” de nuestras acciones, en los distintos medios en que nos desenvolvemos, se vuelven relevantes, ya que estos -y no nuestras posturas mediáticas-, serán lo que modifique las relaciones de poder y, posteriormente, el estado general de la realidad en que nos desenvolvemos. Sin embargo, hay quienes se promueven como defensores de los altos valores del arte y la cultura, de la justicia y la dignidad, pero sus medios, métodos y acciones, en realidad, son movidos por egolatría, idolatría y graves síntomas de superioridad moral.

Aquellos que forman la cúpula del culto al teatro culto, reconocibles en cada congreso, muestra y arguende del medio teatral de la ciudad, usan su mano izquierda para hacer gala de su defensa a los altos valores del arte mientras que con la mano derecha, por recomendación o afecto, se adueñan de todo cuanto pueden, en muchas ocasiones con acciones igual de perversas. Quien ha estado en estos espacios “culturales”, sabe de las mezquindades cotidianas que suceden en todos los niveles y espacios (escuelas, institutos, foros, compañías, etc.), administrativa, laboral y personalmente, sobre todo si hay dinero (becas, apoyos, etc.) o deseo sexual de por medio. En muchas ocasiones, dichas mezquindades son justificadas o soportadas por necesidad de hacer y expresarse; por estupidez o idolatría; o por un desmedido y fantasioso interés de reconocimiento y fama.

Las artes escénicas, cuya esencia es la expresión, el análisis y la reflexión acerca del carácter humano, han sido secuestradas por una ideología cerrada que no permite crítica, ni verificación ni diversificación: lo que no aspire a formar parte de sus conceptos o contextos, no podrá ser visibilizado; sin embargo, quien lo acepte, inmediatamente adquiere estatus moral e intelectual. El teatro de la ciudad, carente de análisis o reflexión profunda, dialéctica, aun cuando ésta fuera íntima o visceral, vive una etapa de singularismos individualistas y parcialidades masificadas que, además, intentan parecer joviales, vanguardistas y chistosones. No se trata de la calidad del proyecto, de las posibilidades del mismo, de la expresividad creativa de valores estéticos, se trata de aceptar sin remilgos una autoridad sustentada en "panfletos ideológicos hechos de jerga pseudofilosófica, de atmósferas de teorías y especulación retórica, propuestos como irrefutables porque son buenas en un sentido moral" (A. Lesper). De allí que cualquier obra de teatro, cualquier texto, cualquier hacedor de teatro que se ajuste a estos tópicos, sin importar lo frívolo, insulso, incompetente o deficiente, debe ser aceptado y aplaudido sin cuestionamientos, sobre todo si es dicho, escrito o montado por algún falso gurú de las artes escénicas, porque este teatro se basa en la reciprocidad de cumplidos.

Lo que termina sucediendo es, por un lado, la multiplicación de un público ignorante, complaciente, sumiso intelectualmente y por lo mismo, manipulable; por otro lado, el reforzamiento de una cofradía que levantando el puño de la mano izquierda lucha contra el Sistema, mientras que con la palma extendida de la mano derecha sigue monopolizando los recursos proporcionados por el Estado. Las grandes intenciones morales son la bolsa de valores de estas cofradías y sus seguidores. Parafraseando a Avelina Lesper, una de mis principales referencias, como a todas luces es notorio:

“es curioso que las obras empecinadas en asesinar el arte (teatral, en este caso) también estén obsesionadas con salvar al mundo y a la humanidad. Estética vacía pero envuelta en grandes intenciones, estas obras defienden la ecología, hacen denuncias de género, acusan al consumismo, al capitalismo, a la contaminación. Todo lo que un noticiero de televisión programe es tema para una obra… Sin embargo, su nivel no supera el de un periódico mural de secundaria. No solo son superficiales e infantiles; también demuestran una sumisión cómplice al Estado y al sistema que falsamente critican. Las suyas son denuncias políticamente correctas. Estas obras, supuestamente contestatarias, se realizan en la comodidad y protección de las instituciones y con el apoyo del mercado” (El fraude del Arte contemporáneo. Avelina Lesper)
Prueba de esto es lo que vemos en las muestras nacionales de teatro, en la mayoría de los foros falsamente independientes y rebeldes (como el Foro Shakespeare), en lo que ha pasado desde el primer Congreso Nacional de Teatro cuyos ejes centrales, a excepción de un par de ponencias, han sido: exigir continuidad y mayor patrocinio por parte del Estado al que supuestamente repudian; y, dos, evidenciar su calidad moral a través de sus buenas intenciones. En estos espacios, se evita abordar las obras, ponencias y posturas, desde el lenguaje propio del teatro o desde sus valores estéticos intrínsecos, tampoco desde el hecho real de la calidad del producto en su sentido más primario: me gusta – no me gusta; por el contrario, para hacer comunidad y formar parte de selecto grupo de “iniciados”, es necesario apegarse servilmente a las ideas que ellos suponen viables y bondadosas para la sociedad; se pide aplaudir sin analizar y, de este modo, valorar sus esfuerzos sólo por el hecho de haberlos realizado ellos. Así, se genera una dinámica en la que se puede formar parte de la denuncia, pero nadie puede denunciarlos a ellos porque hacerlo es tanto como estar en contra de las irrefutables posturas que presumen su supuesta consciencia social.

El medio teatral homogeniza su comportamiento social, escénico y argumental, convirtiéndose en un concurso de popularidad, un medidor de artistosas temperamentalidades, en una galería de exhibicionismos, berrinches y denuncias adolescentes por parte de quienes parasitan a las instituciones; mismos que están en contra de las arcaicas, duras e intransigentes prácticas antiguas, especialmente cuando está en juego un recurso, una beca o un puesto; esto, a sabiendas de que en sus prácticas se mantiene el mismo sistema arcaico, duro, intransigente y corrupto, basado en favores y favoritismos, en adulaciones y entreguismos, en arrogancias, indignidades y egocentrismos.

Se exige legislación, reglamentación y legalización de subvenciones institucionales. No se pretende cambiar las dinámicas ni las relaciones de poder, sino que sean ellos, los cultos del teatro culto, quienes por fin tengan libertad para designar el destino de los espacios y presupuestos. La cuestión, como se hizo notar en el caso del Cirque Du Solei con Luzia, no es siquiera: “reparte bien el dinero”; más bien: “dámelo a mí que yo sabré repartirlo entre mis allegados”; entre quienes se encuentran, por supuesto, un grupo de teóricos y críticos, alienados y sensibleros, que son más amigos de sus compañeros de culto que de la verdad, convirtiéndolos en vendedores y no, como quisieran, en artistas o intelectuales.

Es así que, igual que el circuito de hacedores y foros de Teatro que se precian de contestatarios, los Congresos, festivales y muestras en la CDMX terminan convirtiéndose en sectas de incendiarios, exhibicionistas y tontos idólatras, de consignas y posturas políticas frívolas y panfletarias, de chantajes sociales y oportunistas disfrazados de artistas socialmente comprometidos que en el discurso exigen descentralizar el poder y los recursos, así como visibilizar otras realidades, pero en los hechos concentran el poder y los recursos en un grupo que decide quién merece ser visibilizado de acuerdo a sus preocupaciones y conflictos, patologías o divertimentos personales, casi siempre de total intrascendencia debido a una limitada o superficial perspectiva al abordarlos. A juzgar por lo escuchado en el 3er Congreso Nacional de Teatro, gracias a la plataforma de Teatralia.com, las “buenas intenciones”, el victimismo, el chantaje social y la necesidad de legalizar una subvención a perpetuidad son, a fin de cuentas, la línea en cuanto a conceptos y perspectivas del teatro que actualmente está de moda en el circuito “independiente” de la Ciudad de México.

Para formar parte de este grupo hay que adherirse desde el modo y tipo de café que se bebé hasta a la manera de vivir el teatro, generalmente entre sumiso y reaccionario; sumiso para con los miembros del culto y la inapelable aceptación de que lo que hacen está bien y que, por lo mismo, hay que obligar a nuestra realidad a encajar en su burbuja para iluminarnos; y reaccionaria, bajo la idea de que cualquier revisión crítica atenta contra las buenas intenciones del culto y será castigada con el destierro. Mientras tanto, pasan de largo frente a la incongruencia que implica una postura de víctima que exige más y más dinero al Estado para financiar su lucha contra el Estado, que utiliza al teatro para no hacer teatro, que desea la aceptación sin remilgos del público para luego ignorarlo y que, de cara al fracaso, tiende a culpar a todo y todos excepto a sí mismos.

Se acerca la Muestra Nacional de Teatro y nada parece indicar un cambio en el panorama. Como si se tratara de un Edipo sin víscera, despreciando los principios de hibrys, catarsis y reconocimiento (responsabilidad y la acción), se encuentran como reyes buscando al culpable de la peste que asola los vastos terrenos de las artes escénicas.
No quiero dejar pasar un hecho que, me parece, ilustra el estado en que se encuentran los foros de discusión del teatro en México: en la mesa “Acciones sustantivas del teatro mexicano”, se puede ver a un arrogante e insulso Enrique Olmos de Ita que, aplaudido por la insufrible Itari Marta y varios enajenados que formaban parte del público, mete su “ponencia” llena de propuestas ilusas y superficiales que, sin embargo, se regodeaban en superioridad moral. No contento, previo a la lectura de su texto, saca una licorera que ostenta para hacerla notar casi a la fuerza y así dejar muy claro que, con esa actitud, se le queman las habas por ser relacionado con el anacrónico estereotipo del artista temperamental y atormentado, especial, único y fuera de serie, sin comprender que para ello hace falta más que exhibicionismo y buenas relaciones públicas, hace falta verdad, genialidad, entrañas.

miércoles, 6 de junio de 2018

PRIVACIDAD


“Pop mata poesía”


Quizá el mérito de las obras como Privacidad, con producciones estilo ocesa, está en la siempre interesante mezcla entre: uno, las actuales dramaturgias y espectáculos escénicos de gran formato traídos del extranjero; y dos, el elenco con figuras mediáticas de la farándula mexicana que las realizan. Diversificándose para atender a cada segmento de la población que por interés, genuino o no, puede costear el nada barato precio que implica asistir a estas puestas en escena, dichas producciones se concentran en el manejo eficaz del lenguaje teatral ya que, haciendo uso de la versión espectacular de los elementos escénicos tradicionales, consiguen darle al público una experiencia artística que los divierte, los informa y los confronta lo suficiente como para darles un tema de conversación, pero no demasiado como para conflictuarlos. La parafernalia queda completa cuando los personajes, hechos al humor y los estereotipos mexicanos (ignoro si en las versiones originales también es así), sueltan uno tras otro datos interesantes sobre el tema o la situación abordada, cualesquiera que ésta sea. 
Para los “cultos” del medio teatral mexicano resulta enfadoso e inconcebible que, mientras sus profundas y comprometidas Puestas en escena mueren rápidamente y así son olvidadas, las producciones estilo ocesa no sólo  permanecen en cartelera sino en la memoria de los espectadores. Esto, me parece, se debe a dos aspectos: por un lado, el ejercicio eficaz de la técnica tradicional (que, año tras año, intenta ser muerta y enterrada por los falsos gurús de las artes escénicas); por otro lado, inevitablemente relacionado, la asimilación, actualización y focalización que las grandes casas productoras han hecho, por y para las clases medias altas o pequeños burgueses (por condición o aspiración), de una figura muy arraigada en el imaginario del mexicano: la carpa. Usando las nuevas tecnologías como lienzo, montan obras que moralizan a través de dinámicas escénicas lúdicas y argumentos didácticos amables, esto es, el público está siendo constantemente premiado y divertido, no adoctrinado y castigado como en el circuito de los foros de teatro supuestamente culto, mismo que se regodea en su superioridad moral e intelectual.
En Privacidad, el terrorífico y actual tema de la insospechada pérdida del derecho a la intimidad que gobiernos y empresas trasnacionales mantienen en su agenda, es expuesto de manera suave y digerible para un público en cuya experiencia teatral está implícito un símbolo de estatus. Privacidad trata su argumento de formas interesantes, aunque sin profundizar en las reflexiones. Según la tradicional receta del buen quehacer teatral, en cuanto a los elementos que la componen, la obra está montada correctamente. Más allá de la parafernalia, su composición dramática es interesante y su entramado ingenioso (ambos mexicanizados o quizá debiera decir: a lo charolastra, en este caso), pero siempre sobre una convencional superficie, siendo notorio que su director es principalmente cineasta.
Dado lo anterior, el elenco aborda sus respectivos personajes con soltura y ligereza, permitiéndose improvisaciones, chistes locales, diversión personal, no artística. Se muestran dueños de la escena, pero no por oficio o histrionismo sino por familiaridad con el escenario. Así, encontramos a un Diego Luna que, seguro de su linaje artístico y de su placer por la actuación, recae en lo que llamo “efecto Derbez”: regodearse excesivamente en la marca registrada que ha hecho de sí mismo. Demasiado consciente de que tiene ganados los aplausos por lo que ocasiona en el público mexicano -tan ávido de genios-, mientras las bromas y los juegos suceden logra sostener su papel y todo a su alrededor resulta aceptable, sin embargo, cuando los matices, en la intención, la intensidad y la interiorización del conflicto, tienen que sustentar la acción, salen a relucir las deficiencias de un actor formado por y para el cine, donde los elementos propios de ese lenguaje pueden disimular las carencias dramáticas de un Diego Luna al que le sobra popularidad y le falta víscera.
Con todo, la obra funciona y cumple con su principal propósito: entretener e informar. El público sale contento, satisfecho y con la conciencia social e intelectual en calma. Privacidad es una obra bien direccionada respecto al tipo de público al que va dirigido su tratamiento escénico y argumental. Con las sorpresas que guarda la obra y su correcto uso de los elementos espectaculares, genera un experiencia que -tomen nota intelectualoides del Congreso Nacional de Teatro- constantemente apapacha al público, quien lo agradece  llenando una tras otra todas las funciones.
Finalmente, dada la falta de experiencias teatrales de calidad en cuanto a la construcción escenográfico-argumentativa diría que es recomendable, aunque no imprescindible; o sea, si no puedes ir a verla no es una gran pérdida, especialmente si tomamos en cuenta el reducido espacio en butaquerías, las inaccesibles salidas de emergencia, la insuficiencia en los baños, lo insulso y caro que resulta todo en bar y dulcería, así como el costoso e ineficaz servicio de valet parking. Ahora que, si te regalan los boletos o te sobraron como mil pesos de tu quincena, deja la privacidad de tu hogar y, antes de que termine su temporada, lánzate a verla al grito de: ¡que muera la moral y que viva la chaqueta!

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Privacidad
Dramaturgia: James Graham & Josie Rourke. Adaptación de María René Prudencio.
Dirección: Francisco Franco.
Elenco: Diego Luna, Alejandro Calva, Ana Karina Guevera, Luis Miguel Lombana, Amanda Farah, Antón Araiza, María Penella, Antonio Vega y Bernardo Benítez.

UNA MUJER FANTÁSTICA

En mi sección: cosas que ya todos vieron excepto yo, pero como acabo de verlo hablaré de ello, presento:



UNA MUJER FANTÁSTICA
(que no era mujer ni fantástica)


Es una linda película (y sí, lo digo con un poco de ironía) que aborda el tema de la cerrazón y los prejuicios que ocasionan la discriminación contra las diversas formas de vivir la sexualidad. Sin embargo, estando de moda y como gusta a la Academia Hollywoodense en los temas de este tipo (no es de extrañar que ganara el Oscar), el tratamiento es ligero y asimilable, es decir, está suavizado por la constante presencia de una historia de amor rosa convencional, aun cuando en apariencia el personaje principal no lo sea. Es decir, el tema de la película es complicado, pero Una mujer maravillosa lo aborda de forma endeble, a través de una visión de mundo de víctima, muy a la usanza millennial. 
De ninguna manera es un argumento transgresor, que confronte a la sociedad con sus prejuicios y promueva la inclusión o la tolerancia desde la reflexión; quien así lo piense, es porque ignora  el cine de contracultura de la segunda mitad del siglo pasado, que trataba el tema con obras más arriesgadas y comprometidas, en una época en que para los realizadores de este tipo de cine les era vital expresarse porque hablar del tema no era políticamente correcto y el puritanismo, así como la homofobia, se habían posicionado con inusitada fuerza. 
Con todo, aun cuando termina siendo una convencional historia de amor, fantástica por idealista y no por extraordinaria, siempre será mejor que haya películas con temas que todavía se le complican a la sociedad, sobre todo cuando la orientación sexual sigue siendo motivo de escándalo para quienes es más importante reforzar una postura, obtusa e irracional, aun cuando esto atente contra la dignidad humana.



ANTONIO MEJÍA ORTIZ
antoniomourder@gmail.com