III) EL COMPLOT MONGOL DE R. BERNAL, SU UNIVERSO Y DE CÓMO HA SIDO ARTERAMENTE TRAICIONADA POR IMCINE, EFICINE Y SEBASTIÁN DEL AMO
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Donde se expone que, así como la Revolución traiciona a Filiberto García, IMCINE traiciona la Novela y al público mexicano; y de por qué Sebastián del Amo representa el regodeo del ambiente artístico mexicano en la estulticia, la mediocridad y el fraude.
Acerca de la película
La reciente versión
para cine de la interesantísima novela de R. Bernal, en cuyos créditos se ostenta
que guion y dirección corren a cargo de Sebastián del Amo, y que su realización
fue posible gracias al estímulo fiscal EFICINE es, para decir lo menos,
ridícula. De principio a fin, literalmente, es decir, desde el tema de entrada
y las primeras imágenes hasta el último crédito, esta adaptación en cine es
mediocre, inepta, torpe y tremendamente estúpida. Podría abundar en adjetivos
descalificativos y peyorativos sin caer en exageraciones ni hipérboles, porque no
son licencias las que me tomo ni hay saña cuando digo que se trata de la
película para imbéciles hecha por un imbécil.
Todo trabajo creativo
es susceptible de ser más o menos afortunado, de fallar en el intento o
contener errores y, por consiguiente, no alcanzar la solidez necesaria que
requiere una obra artística, que exige el arte mismo. Todos tienen derecho a
equivocarse y en esa medida la crítica no debe establecerse a raja tabla a
través de preceptos inamovibles sino en relación a lo que la obra propone y lo
que alcanza a partir de los sentidos y referentes a los que alude. Un trabajo
honesto, creativo, verdadero, aun cuando sea fallido es digno de respeto. El
trabajo creativo honesto y verdadero puede notarse, está siempre en constante
perfeccionamiento emotivo, intelectual y técnico, no redunda ni se regodea en
sus errores y mucho menos, en el onanismo del ego personal, como es el caso de
Del Amo quien habita en una realidad alterna y deformada, en donde él se
autopercibe como un artista de élite, un maestro de la cinematografía cuya
visión e historia personal merecen quedar retratadas en la fantástica, auténtica
y lúcida manera en que utiliza lo que, en un falaz autoengaño, dice admirar y
que por el contrario, únicamente utiliza para autoalabarse e intentar hacer de
sí una marca. Del Amo no es un artista: cualquier definición de artista le
queda muy grande; no es cineasta: no entretiene ni esparce, su valor técnico es
nulo y mucho menos es un escultor del tiempo. En cambio, es un ladrón, un
fraudulento: lo que considera intertextualidad es en realidad un robo y al
hacerlo, se monta en verdaderas personalidades para alcanzar una fama que no
construye porque no puede; es un fantoche inepto: a la distancia se notan sus
ansias de ser idolatrado, esa es su motivación y, como todo fantoche, alardea,
se regodea presumiendo lo que no es suyo, incapaz de aceptar su pobreza creativa.
Sin embargo, sucede
que en el medio artístico mexicano la gran mayoría padece de lo mismo y,
sumidos en la mediocridad y la estulticia, no es difícil prever que entre ellos
todo se trata de halagos mutuos entre privilegiados por nacimiento, influyentismo
o servilismo.
Acerca de la novela
La novela de R.
Bernal, como toda novela perteneciente al género negro es simple en apariencia
ya que la trama generalmente es lineal, con personajes tipo y argumentos llenos
de tópicos que rayan con el lugar común; asimismo, haciendo juego con aquello
que le da su esencia, toda gran novela negra se sustenta en el suspenso: es un
misterio a desentrañar y, al mismo tiempo, una trampa en la que habrán de caer
los débiles sensibleros, los reaccionarios y los estúpidos. Así sucede tanto a
personajes como a lectores, sólo quienes consiguen ejercer en equilibrio la
acción y la reflexión, pueden salir vivos, pero no ilesos. La aparente simpleza
argumentativa en la novela es una treta ya que, al desmadejarse el misterio, al
irse resolviendo el caso, quedan de manifiesto los diversos contextos
históricos, políticos, ideológicos, geopolíticos, geográficos, emocionales,
psíquicos, etc., que la trama atraviesa y que son indispensables para comprender
el carácter del protagonista que es una manifestación del carácter de una
sociedad: la acción de una voluntad puesta en marcha que dimensiona un
acontecer histórico. Comprender esto le da fondo, hondura a lo que, de otro
modo, podría pasar por vano. Comprender esto, hace la diferencia entre saber cuáles
son los días festivos y conmemorar la Historia.
La trama de El
complot mongol avanza a través de una serie de contextos complejos que abarcan distintas
épocas y esferas, en distintos nivele: la Guerra Fría, la confrontación entre
socialismo y capitalismo; las intrigas geopolíticas: el velado intervencionismo
de las dos potencias mundiales; el constante servilismo de los gobiernos
mexicanos en su afán de ser legitimados y respaldados; la mezquindad de una
clase política cuyos orígenes datan de la decena trágica: al asesinar a
Francisco I. Madero, quienes institucionalizan la Revolución serán los asesinos
y traidores; y, especialmente, la sensación de que no cesan la traición, la
humillación y el olvido, hacia un pueblo, el mexicano, representado por
Filiberto García, con todos sus vicios y virtudes. Y es en esto último donde se
haya la festividad y el alboroto, la relación de terror y guasa para con la
muerte, la indomable voluntad de seguir adelante frente a la desolación y,
sobre todo, como diría el Maestro Fernando Martínez Monroy, la amargura de conocer
la verdad y no saber qué hacer con ella, que corre por la médula del carácter
del mexicano, de su cultura.
Ignorar esto nos
dejaría frente a personajes simplones, de chiste de folletín, con una trama
determinada por casualidades vulgares; y dicha lectura centraría la atención en
los aspectos más irrelevantes y superficiales, además de que despojaría a los
personajes de sus particularidades. Aquí me atrevería decir que si El perfil del hombre y la cultura en
México de Samuel Ramos, El espejo
enterrado de Carlos fuentes y el Laberinto
de la Soledad de O. Paz se convirtieran en una novela negra, esa sería: El complot mongol de R. Bernal.
Cierto es que la
versión cinematográfica de los 70s de Antonio Eceiza, protagonizada por Pedro
Armendáriz Jr., tampoco le hace justicia al libro, pero al menos era un intento
de hacer cine, aun con las imprecisiones argumentales y la ausencia de
insinuaciones sobre los contextos y líneas de acción histórica que atraviesan
la novela. Aun con la linealidad y literalidad propia del cine mexicano, se trata
de una versión que rescata la dignidad que, minuto a minuto, se le escapa a la
versión de Del Amo, cuyo objetivo es rendirse culto a sí mismo. Negado a la realidad,
rodeado de pusilánimes, comodinos y lambiscones, se percibe a sí mismo como un
par de Tarantino, con la altura suficiente para reescribir-mejorar a Bernal. Y
esa mezquindad, esa estulticia, esa soberbia indolente de quien se regodea en
sus privilegios, despreciando la realidad y la urgencia social de contenido, en
comparación con lo que son sus películas, le quita cualquier resto de dignidad.
A estas alturas resultaría
ocioso hacer un repaso de los errores y la falta de imaginación de Del Amo, de
la cobardía con que, convenientemente, deja fuera todo lo políticamente incorrecto
sin advertir que forma parte esencial del argumento porque a lo largo de la
novela va acentuando una atmósfera y un carácter. Sería ocioso detallar la falta
de imaginación y la ineptitud que culminan con un Damián Alcázar completamente
perdido y disperso, incapaz de llenar y relacionarse con su personaje, que
yendo contra la marea que significa la ausencia de dirección, abandonado a su
suerte, termina por suplicar una indicación con la mirada, en la insufrible y
artera escena final con la que Del Amo concluye su traición tanto a la novela
como a su protagonista y no satisfecho, también a su actor estelar, desvirtuando
así el contundente final de R. Bernal.
¿Y el inEficine?
En estos momentos lo
que el medio del cine debiera estar cuestionando, que es determinante y
fundamental, son los mecanismos a través de los cuales se obtiene el estímulo
fiscal. Cómo es posible que año tras año se financien películas de paupérrima
calidad, con técnica de video home y argumentos que no superan los chistes de
excusado ¿Quién elige estos proyectos? ¿Quién revisa y asesora, quién da los
vistos buenos para que sean precisamente estas producciones, y no otras, las
que reciban el estímulo? Parece que no hay conciencia de que, dicho estímulo,
implica una responsabilidad nacional, que no es un premio que se saca uno y
puede derrochar como le dé la gana.
¿Cómo logran ser
seleccionados proyectos tan miserables como éste y cómo hacen para sortear el
campo minado, lleno de recovecos indescifrables y subterfugios burocráticos
insospechados que implica el eficine, el efiteatro, el efiartes? ¿Qué hacen
para obtener la visibilidad, la difusión y los bombos y platillos a los que
otros, que seguramente tienen mucha más calidad y contenido, no tienen acceso? Y
es que, en este México que todavía tiene muchos vicios de incivilización, no
todo se trata del esfuerzo personal; “el que quiere puede, claro, pero puede
más si tiene conocidos, conectes y para eso, en este México que todavía tiene
muchos vicios de impunidad, hay que ser un recomendado, un siervo o un mezquino.
El cinismo instituciones culturales, artistas y a veces hasta el propio público
es exasperante ¿Qué tipo de artistas y jurados, de institución cultural y
servidores públicos, qué tipo de ciudadano y de individuo permite, así de
impunemente, que los recursos se desperdicien cuando sí es posible saber, desde
el primer borrador hasta el guion final y el guion técnico, los alcances de una
película: si está bien hecha, es buena, afortunada, interesante o como sea que
los snobs lo describan?
¿Quién dijo que los
recursos para el arte deben ser utilizados sólo por/para el arte? ¿Estamos
dispuestos a defender artistas ineptos con tal de defender los recursos
destinados al arte, aun cuando esos recursos están por completo secuestrados
por un par de cofradías? No veo a los artistas protestando por la estulticia en
el arte mexicano contemporáneo, no los veo haciendo crítica real hacia los
pésimos y pobrísimos resultados en el cine, en el teatro, en la literatura o
las artes plásticas, específicamente. No los veo protestando por una mejor
educación o proponiendo una alternativa. Sí los veo, en cambio, haciéndose los
únicos, los auténticos, los irrepetibles. Sí los veo asustados por la
posibilidad de dejar de vivir como "artistas" y comenzar a vivir como
aquellos que les sustentan sus cafés, sus restaurantes, sus cervezas
artesanales, las tonterías que presentan en exposiciones y muestras y
temporadas. Sí los veo, en cambio, protestando por mantener el mismo estado de
las cosas, donde hay un escalafón cortesano que está determinado por ciertos
privilegiados que lo deciden todo y en el que hay que estar dispuesto a perder
la dignidad y humillarse, dejarse violar y violentar o, simplemente, mantener
una actitud servil, lambiscona, ignorante como en cualquier culto o secta.