lunes, 28 de julio de 2014

CRÍTICAS CRÓNICAS: Pequeña Biopsia Teatral

POR: ANTONIO MEJÍA
Hace algunas semanas asistí al festival de teatro TICA-LABS 2014 en el foro Hugo Argüelles, donde se presentaron varios grupos de estudiantes del CLDyT y algunos otros invitados de corte independiente, para mostrar el resultado de un año de trabajado. Luego, estuve presente en la penúltima función de Autorretrato en sepia de LEGOM, dirigida por Martín Acosta, en el Juan Ruiz de Alarcón del CCU de la UNAM (¡qué coincidencia!). También acepté la invitación a Calidez de Juan Cristóbal Castillo dentro de la inadvertida muestra de Dramaturgia contemporánea mexicana en el teatro Wilberto Cantón de la SOGEM. Al final, me sorprendió encontrar una serie de similitudes aun cuando lo mostrado en cada escenario era radicalmente distinto en sus pretensiones.

En todos los casos, el público no cubría ni la mitad del afore y se dividía entre asistentes de buena voluntad, paleros y algún curioso despistado, que los hay siempre. Al margen de su condición e independiente del escenario, encontré una actitud escasamente comprometida con el otro, como si estuvieran ciertos de recibir acalorados aplausos y elevadas muestras de admiración. Esta condescendencia que en el medio artístico sucede especialmente cuando las galerías y los supermercados son cada vez más parecidos, no tendría relevancia si el hecho escénico no estuviera comprometido.

Aclaro que entiendo el teatro como una insinuación que hace el artista desde y obligado por los impulsos de su narrativa personal; dicha insinuación es traducida o resignificada por el espectador desde y por las necesidades de su propia narrativa, de tal modo que no importa lo sucedido en el escenario, será siempre una resignificación plástica de un planteamiento textual o literal. Por lo mismo, el teatro nunca es sólo texto, ni se refiere únicamente a la tridimensionalidad que lo hace posible. Es ambos, pero ninguno. Es el resultado de las posibilidades expresivas al servicio de una concepción de mundo; y aun cuando pueda resultar inaccesible -como decía T. Kantor-, sí hay rasgos socioculturales que la determinan y permiten la comunicación con el otro, el cual es imprescindible.

Considero que en general el teatro mexicano se hizo viejo y que sobrevive de la descomposición de los que fueron sus postulados más vanguardistas, recogidos en su mayoría en el extranjero. De allí la dictadura de las taxonomías teatrales que intenta clarificar todo en la materialidad del objeto escénico y al mismo tiempo, la postura cerrada a cualquier comunicación o interlocución que salga de los parámetros establecidos, incluso si se trata del espectador mismo; de allí, la canonización artística promovida a través de un conformismo vanguardista oficial que alimenta las expresiones artísticas burocráticas y políticamente correctas, especialmente si “lo incorrecto” está de moda y el artista se encuentra preocupado por no ser rechazado. Vemos artistas que se niegan a la verdad del estar escénico -sea una lectura dramatizada universitaria o una super-producción de pretensiones universales-, para acarrear simpatías o adoradores, cuando le es necesaria a toda expresión artística ejercer esa doble fuerza de rechazo-atracción.

Estamos frente a un teatro cuyas “miradas transversales” no alcanzan para generar un espacio escénico que construya una atmósfera multisensorial que abstraiga al intelecto desde la emotividad de los elementos expresivos que nos igualan como seres humanos, dentro de una región y una época que a su vez converse con todas las regiones del mundo y todas las épocas. Teatro que confunde la riqueza visual con la riqueza de objetos; y la sobriedad en la utilización de los medios expresivos del actor, con una actitud irresponsable. Así, se confunde la acción como elemento de la historicidad del actor al servicio de la expresión ficticia (emotiva, racional, psicológica) de un carácter o argumento, con las interacciones técnicas sobre el escenario.

Lo que ocasiona un teatro donde ejecutantes y espectadores desestiman la responsabilidad de mantener un estar escénico y así, el público se vuelve complaciente e irreflexivo y vulgariza el sentido de celebración-comunión para exigir diversión mientras come sus palomitas y bebe su refresco sin azúcar. Asimismo, la idea de lo espectacular se presenta como un mero artilugio del decorativo y no como un medio que, integrado en la construcción del espacio escénico, funcione para abrir eficaz y contundentemente nuestra sensibilidad estética, cumpliendo su fin universal: conmover. Finalmente me pregunto qué de significativo hay en lo presenciado; y regreso a casa dispuesto a explicármelo a través de estas líneas que ahora comparto.
De este modo considero que se expresa claramente el espectro visible de la crítica dramática y el estilo de este espacio dedicado al teatro; que siendo parte indisoluble del mismo, no estaría completo sin usted, estimado lector.