martes, 21 de julio de 2015

LA PRIMERA PELÍCULA DE BELA TARR QUE FUE LA ÚLTIMA


Hoy Bela Tarr cumple 60 años y recuerdo que la primera película suya que encontré en mi camino​ fue la última. Yo ignoraba por completo su filmografía y por lo mismo, que con este filme se despedía del séptimo arte, pues le parecía ya insuficiente. El caballo de Turín (A torinói ló / The Turin Horse / Le Cheval de Turin​) me impactó como no me pasaba desde El espejo de Andréi Tarkovski; ​como sólo una obra maestra puede hacerlo, entendiendo esta como aquella que continúa viviendo a través de sus propias leyes y tiene un tremendo impacto estético y emocional, aun cuando no esté de acuerdo con el punto de vista fundamental del autor... es un juicio sobre la realidad, completo y perfecto, y actúa sobre esa realidad; su valor radica en dar plena expresión a una personalidad en relación con el espíritu (Esculpir el tiempo, 49, 51).

El cartel me llamó la atención por su hondo y frío vacío, porque me recordó inevitablemente las imágenes de Juan Rulfo, porque es de alguna forma el estado en que generalmente me veo cuando pienso en lo que la filosofía enuncia como: "yo y mi circunstancia". Luego encontré el corto de la película y me quedé boquiabierto cuando en la pantalla apareció -de un fade in durante casi un minuto-, un quinqué en blanco y negro con una llama tiritante en medio de una oscuridad que se lo tragaba todo, para salir en un fade out ¡Era todo! Pensé que se trataba de una tremenda idiotez o de algo espectacular, así, sin medias tintas; que de cualquier forma no podía perdérmelo, sobre todo cuando por entonces la Cineteca Nacional se iba encaminando a la disyuntiva de seguir proyectando películas interesantes que nadie veía y por lo mismo ser denostada por las autoridades o volverse complaciente para crear público y hacerse rentable, es decir, esa necesidad propia de las empresas culturales en México de justificar las inversiones.

Así que, todavía con las suspicacias propias del asunto me encaminé al cine, compré mi boleto de entre $15 y $25 (si mal no recuerdo) y esperé durante cinco cigarrillos a un lado de la sala, que a medio hacer (pues recién empezaba la remodelación) y bajo el oscuro silencio de Mayorazgoen la última función de la noche de un jueves, resultaba un marco perfecto para lo que a continuación se nos revelaría. Antes de llegar a la mitad de la película muchos abandonaron la sala aburridísimos; de los que nos quedamos al final, unos salieron despotricando y otros pocos nos fuimos realmente afectados. Al siguiente día de inmediato busqué la filmografía completa de Bela Tarr (que únicamente encontré en la piratería) y antes de terminar la semana ya había visto desde Nido familiar hasta de nuevo El caballo de Turín, esta vez acompañado de mi hermano quien me confirmó la bella obra maestra que había realizado este ARTISTA húngaro.


Tiempo después vi un poco de la entrevista en el Festival de Morelia, Reygadas le pide a Bela Tarr que explique de qué va su película porque, aun con todo, hay cierta confusión entre los asistentes; el artista contesta que (palabras más, palabras menos) "es una película larga, aburrida, en blanco y negro que nadie debería ver". Todos responden a este comentario con una risa nerviosa y B. Tarr revira "no es una broma" y así este acto se convierte también en una alegoría.

Hay cineastas que a través de recetarios pretenden adueñarse de poéticas y de percepciones estéticas*. Hay cineastas que tienen una estética y quizá hasta una percepción de mundo, pero que siguen siendo limitados, medianos. Hay otros en cambio, como dice la canción, que son imprescindibles, cuya filmografía es un sólo y mismo acontecimiento y que se inscriben en otra dinámica, cuyas micropoéticas conforman una macropoética de obras maestras que se revelan al hombre como un juicio sobre la realidad, completo y perfecto, y (que) actúa sobre esa realidad (Ibídem); donde encontramos a autores como Tarkovski, Kieslowski, Sokúrov o Bergman (a quien considero todavía desconocido y sobrevalorado por su fans). Es obvio que quizá anden por allí creadores de igual magnitud y que me son desconocidos; creadores que en este momento de su niñez o juventud se encuentren recogiendo el bagaje de horizontes para abrir la realidad en el futuro. En este momento, hablando de un cine más comercial, podría mencionar, aunque en una estética radicalmente opuesta, a Roy Andersson y en menor medida David Lynch o Catherine Breillat. En el caso de México tenemos (con todas las salvedades) a Jaime Humberto Hermosillo y Arturo Ripstein, por ejemplo.

Entonces Bela Tarr anuncia que después de El caballo de Turín se retira del cine y aunque un artista nunca se retira realmente, esto me parece espectacular porque hace crecer la alegoría de la que halaba antes. Tal vez eso, el encuentro con esa verdad donde la fealdad y la belleza están contenidas una en la otra. Esta prodigiosa paradoja, en todo su absurdo, (que) fermenta la vida misma, y en el arte crea esa totalidad en la cual la armonía y la tensión se unifican (Esculpir el tiempo, 46)fuera el sentido del rechazo de unos, de la indiferencia de otros, de la aceptación mía frente a esa inevitabilidad en donde diario leo a poetas y dramaturgos, encuentro a premiados y favorecidos y percibo la multiplicación de los onanistas del valor intrínseco del acto personal; veo a los perdedores eternos, a los ganadores natos y apremia saber que "el final del mundo es muy silencioso, muy débil. Así que el final del mundo se acerca como lo veo en la vida real – lenta y silenciosamente. La muerte es casi siempre la escena más terrible y cuando ves a alguien morir – un animal o una persona – es algo terrible. Y lo más terrible es que parece que no ha pasado nada." (http://cineuropa.org/ff.aspx?t=ffocusinterview&l=es&tid=2207&did=198131)




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Anexo que nadie debería leer:

*Lamento tener que mencionarlo, pero es inevitable y considero que hasta urgente, no se trata en este caso de mimetizarme -como bien me hacía ver Vera Milarka-, ya que luego de mucho pensarlo no se trata de un insulto sino de una descripción. Los cineastas, los aspirantes, los pretenciosos a los que me refiero son los intelectuales ignorantes, veganos de starbuck y cerveza orgánica, que se meten a las cantinas de mal muerte y van a contar la pobreza como un niño que visita un parque de diversiones. Son los ganadores natos, los premiados, los favorecidos, esos privilegiados avariciosos de los que hablaba Tomás Segovia en Modesto desahogo.

P. D. Querida Vera: sé que no te va a agradar esta descripción mía, pero alguien tiene que decirlo y a veces no hay buenas palabras para las malas cosas. Pido que por esta ocasión se me permita la expresión, sobre todo cuando para evitar lo personal, lo he sacado del cuerpo del texto.