viernes, 18 de octubre de 2013

LA DEUDA DE EXISTIR

LA NOCHE JUSTO ANTES DE LOS BOSQUES
De Bernard-Marie Koltès

Dramaturgia:                          Bernard-Marie Koltès.
Dirección:                                                Zaide Silvia Gutiérrez.
Elenco:                                      Abraham Vallejo.
Traducción:                             Atanasio Cadena.
Adaptación:                            Zaide Silvia Gutiérrez y
                                                     Abraham Vallejo
Diseño de escenografía,
iluminación y vestuario:     Patricia Gutiérrez Arriaga.
Diseño sonoro:                      Richard Mcdowell.
Producción:                             Miguel Del Castillo y
                                                     Abraham Vallejo

Por: Antonio Mejía Ortiz

El espectáculo creado por el equipo de Zaide Silvia Gutiérrez, nos muestra el fatal tránsito por la existencia de un personaje que “no queremos ver”, aún cuando nos encontremos con ello a diario. Un joven lumpen a través de su propia percepción de las circunstancias, determinado por su patología y a veces desde su condición marginal, inscrito en un medio creado para violentar la identidad individual de la sociedad, nos enfrenta con esa realidad que impera en las grandes urbes, al interior de los barrios pobres que bien pueden estar en Londres, New York o la misma Ciudad de México.

Obligado a definirse en un sistema diseñado para explotar y alienar al hombre, prefiere arrojarse a la paradoja de la que habla la directora del espectáculo: “anularse para definirse”; aunque esto reduzca su humanidad a la condición de un desterrado, de un loco que teniendo, aunque trastocada, la verdad en su boca, ha cometido el peor pecado: intentar Ser; y que por lo mismo, escupido en la boca por el determinismo histórico que hace las veces del Dios absoluto, no podrá entenderse más que como un “emigrado”, como nombra Alain Resnais en su documental Noche y niebla, a todos los enviados a campos de concentración, por el nazismo (y la comparación no es gratuita).

Esta reflexión, que toca de soslayo los aspectos brutales de la vida y la muerte, es en realidad una declaración de principios que surge del desesperado anonimato en que nos encontramos todos los citadinos, obligados a ser extranjeros en nuestra propia individualidad, que a su vez se desarrolla en un desierto existencial que lo desintegra todo, prohibiéndonos la entrada a aquel vacío que significa desprendimiento y que, por lo mismo, espera ser llenado por las necesidades propias de nuestra voluntad, de la que hablaron tantos escritores y filósofos.

Abraham Vallejo supera las complejidades propias del unipersonal; habita, crea y moldea el espacio escénico, ayudado por una iluminación y un diseño sonoro que siendo precarios, resultan eficaces. Se nota su preocupación y su trabajo en los aspectos técnicos del oficio actoral, a pesar de llevar a cuestas algunos malos hábitos de la formación universitaria, que persisten a través de las generaciones de egresados del CLDyT, particularmente. Con todo, logra hacer aparecer en el espacio la imagen escénica, gracias a una buena comprensión de las intenciones y  motivaciones ulteriores del carácter que representa.

La escenificación cuenta con imágenes poderosas y bellas, como el juego que hace Abraham con el vestuario, la llave chorreando o los pulsos cardíacos que aparecen inesperadamente. Quizá su punto débil se encuentra en el excesivo cuidado que la dirección tuvo para evitar caer en regionalismos, situación que le dificultan al público una clara contextualización de las circunstancias y asimismo, le impiden al actor profundizar en los aspectos esenciales de las emociones del personaje. Esto provoca una percepción incompleta que se traduce, en la lectura del espectador, como ausencia, falta o insuficiencia en los matices y variaciones del ritmo, que siendo vertiginoso de principio, tendría que explotar en un clímax de mayor intensidad o llevarnos hacia un anticlímax devastador, que habría ido construyéndose a lo largo del espectáculo.

La noche justo antes de los bosques es un espectáculo difícil de abordar, especialmente por el público adiestrado para buscar mero entretenimiento; sin embargo, considero que es una escenificación nada pretensiosa, honesta y con muchas virtudes técnicas, artísticas y humanas que todo habitante de Ciudad debería ver y pensar. Como todo trabajo digno, tiene posibilidades de perfeccionarse, sin embargo, esto es un ejemplo del teatro que la sociedad mexicana, el gremio artístico, los estudiantes, los hombres y mujeres de la Ciudad -por lo menos-, necesitan presenciar: un teatro universal desde la individualidad de uno que expresa a otro; que desde su mortalidad se abre camino a través de las “estrellas”, de las complacencias y sensiblerías comerciales, de las pobres búsquedas reduccionistas y la miserable aparente conciencia de los falsos vanguardistas de la escena mexicana, que llenan las carteleras y los registros de los patrocinios del Estado.




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