miércoles, 6 de junio de 2018

PRIVACIDAD


“Pop mata poesía”


Quizá el mérito de las obras como Privacidad, con producciones estilo ocesa, está en la siempre interesante mezcla entre: uno, las actuales dramaturgias y espectáculos escénicos de gran formato traídos del extranjero; y dos, el elenco con figuras mediáticas de la farándula mexicana que las realizan. Diversificándose para atender a cada segmento de la población que por interés, genuino o no, puede costear el nada barato precio que implica asistir a estas puestas en escena, dichas producciones se concentran en el manejo eficaz del lenguaje teatral ya que, haciendo uso de la versión espectacular de los elementos escénicos tradicionales, consiguen darle al público una experiencia artística que los divierte, los informa y los confronta lo suficiente como para darles un tema de conversación, pero no demasiado como para conflictuarlos. La parafernalia queda completa cuando los personajes, hechos al humor y los estereotipos mexicanos (ignoro si en las versiones originales también es así), sueltan uno tras otro datos interesantes sobre el tema o la situación abordada, cualesquiera que ésta sea. 
Para los “cultos” del medio teatral mexicano resulta enfadoso e inconcebible que, mientras sus profundas y comprometidas Puestas en escena mueren rápidamente y así son olvidadas, las producciones estilo ocesa no sólo  permanecen en cartelera sino en la memoria de los espectadores. Esto, me parece, se debe a dos aspectos: por un lado, el ejercicio eficaz de la técnica tradicional (que, año tras año, intenta ser muerta y enterrada por los falsos gurús de las artes escénicas); por otro lado, inevitablemente relacionado, la asimilación, actualización y focalización que las grandes casas productoras han hecho, por y para las clases medias altas o pequeños burgueses (por condición o aspiración), de una figura muy arraigada en el imaginario del mexicano: la carpa. Usando las nuevas tecnologías como lienzo, montan obras que moralizan a través de dinámicas escénicas lúdicas y argumentos didácticos amables, esto es, el público está siendo constantemente premiado y divertido, no adoctrinado y castigado como en el circuito de los foros de teatro supuestamente culto, mismo que se regodea en su superioridad moral e intelectual.
En Privacidad, el terrorífico y actual tema de la insospechada pérdida del derecho a la intimidad que gobiernos y empresas trasnacionales mantienen en su agenda, es expuesto de manera suave y digerible para un público en cuya experiencia teatral está implícito un símbolo de estatus. Privacidad trata su argumento de formas interesantes, aunque sin profundizar en las reflexiones. Según la tradicional receta del buen quehacer teatral, en cuanto a los elementos que la componen, la obra está montada correctamente. Más allá de la parafernalia, su composición dramática es interesante y su entramado ingenioso (ambos mexicanizados o quizá debiera decir: a lo charolastra, en este caso), pero siempre sobre una convencional superficie, siendo notorio que su director es principalmente cineasta.
Dado lo anterior, el elenco aborda sus respectivos personajes con soltura y ligereza, permitiéndose improvisaciones, chistes locales, diversión personal, no artística. Se muestran dueños de la escena, pero no por oficio o histrionismo sino por familiaridad con el escenario. Así, encontramos a un Diego Luna que, seguro de su linaje artístico y de su placer por la actuación, recae en lo que llamo “efecto Derbez”: regodearse excesivamente en la marca registrada que ha hecho de sí mismo. Demasiado consciente de que tiene ganados los aplausos por lo que ocasiona en el público mexicano -tan ávido de genios-, mientras las bromas y los juegos suceden logra sostener su papel y todo a su alrededor resulta aceptable, sin embargo, cuando los matices, en la intención, la intensidad y la interiorización del conflicto, tienen que sustentar la acción, salen a relucir las deficiencias de un actor formado por y para el cine, donde los elementos propios de ese lenguaje pueden disimular las carencias dramáticas de un Diego Luna al que le sobra popularidad y le falta víscera.
Con todo, la obra funciona y cumple con su principal propósito: entretener e informar. El público sale contento, satisfecho y con la conciencia social e intelectual en calma. Privacidad es una obra bien direccionada respecto al tipo de público al que va dirigido su tratamiento escénico y argumental. Con las sorpresas que guarda la obra y su correcto uso de los elementos espectaculares, genera un experiencia que -tomen nota intelectualoides del Congreso Nacional de Teatro- constantemente apapacha al público, quien lo agradece  llenando una tras otra todas las funciones.
Finalmente, dada la falta de experiencias teatrales de calidad en cuanto a la construcción escenográfico-argumentativa diría que es recomendable, aunque no imprescindible; o sea, si no puedes ir a verla no es una gran pérdida, especialmente si tomamos en cuenta el reducido espacio en butaquerías, las inaccesibles salidas de emergencia, la insuficiencia en los baños, lo insulso y caro que resulta todo en bar y dulcería, así como el costoso e ineficaz servicio de valet parking. Ahora que, si te regalan los boletos o te sobraron como mil pesos de tu quincena, deja la privacidad de tu hogar y, antes de que termine su temporada, lánzate a verla al grito de: ¡que muera la moral y que viva la chaqueta!

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Privacidad
Dramaturgia: James Graham & Josie Rourke. Adaptación de María René Prudencio.
Dirección: Francisco Franco.
Elenco: Diego Luna, Alejandro Calva, Ana Karina Guevera, Luis Miguel Lombana, Amanda Farah, Antón Araiza, María Penella, Antonio Vega y Bernardo Benítez.

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