Por: A. M. O.
A
través de la subjetividad de una joven El
polvo recoge testimonios de distintas naturalezas acerca de lo ocurrido en
la Ciudad de México durante el temblor de 1985, suceso grabado en la memoria
colectiva de los citadinos nacidos antes de los años noventa por sus trágicas
consecuencias. La voz protagonista parte de una mirada honesta y hace una
reflexión desde las particularidades de su carácter, se acerca a los datos
duros y se permite ir hacia la emotividad de las memorias recolectadas. La obra
propone un juego escénico sustentado en la convención de una narratividad
auténtica -su mayor virtud-, que busca relacionarse con el público de forma
directa y crear consciencia histórica, reconocimiento del carácter regional
cuyo alcance supera los sesgos generacionales. Aun cuando requiere de
contundencia Jimena Martínez logra conducirnos de buena manera a través de su
voz personal. Si en una obra tradicional presenciamos durante una hora el
desarrollo de algún aspecto del carácter de un personaje, obras como ésta nos
sitúa frente a una constelación de momentos y presencias en donde el desarrollo
dramático está comprimido en los dos o tres minutos que dura cada estar
escénico.
Dicho
lo anterior, encontramos que la directora Wendolyne Hernández, sobre un
escenario desnudo y con una iluminación demasiado tímida, recorre la
multiplicidad de espacios, tiempos y circunstancias sirviéndose principalmente
de grandes ladrillos de legos y la expresión plástica del cuerpo de las
actrices. Dada la naturaleza del texto, se comprende la tendencia hacia la
escases de elementos para concentrar el peso en el aspecto narrativo, sin
embargo, aún queda la sensación de un trabajo en proceso. Las actrices alcanzan
a construir la escena gracias a su entrega pero es necesario llevar los juegos
escénicos a su máxima expresividad para resignificar con mayor eficacia los
objetos, la palabra, el cuerpo y en general el espacio escénico todo; deben
permitir que suceda la verdad escénica de los elementos propuestos por la
dirección.
El
planteamiento de El polvo no es
descabellado, incongruente ni torpe, logra la nada fácil tarea de que el
espectador conecte con las ejecutantes y es de agradecerse la reflexión acerca
de un hecho que parece superado, arriesgándose a exigir las capacidades
creativas individuales a través de un texto fresco y nostálgico. El proyecto
dirigido por Wendolyne Hernández requiere continuar su proceso creativo ya que
la creatividad artística es más una incansable búsqueda que un resultado y
únicamente en esa búsqueda El Polvo
podrá adquirir su naturaleza de materia fina capaz de causar efectos sobre las propiedades y el comportamiento de
la atmósfera perceptiva del espectador.
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