De cómo un acto creativo deviene en acontecimiento
POR ANTONIO MEJÍA
El espectáculo de marionetas de Gerardo
Ballester Franzoni es un viaje a través de las evocaciones y los momentos
oníricos de una Carlota de Habsburgo anciana que se acerca a la muerte. Sin
embargo, Adiós Carlota no es
únicamente lo que vemos en el pequeño escenario de la sala Alcázar del Castillo
de Chapultepec, es especialmente lo que no vemos, es decir, el tratamiento
–consciente o inconsciente- de la esencia que le da su particularidad al teatro
respecto de las otras artes: el concepto de acontecimiento dramático, como la
construcción de una atmósfera reflexiva que se fabrica desde los medios de
difusión hasta el edificio que se elige para presentarse, pasando obviamente
por el diseño escénico, lo cual provoca un estado dinámico en la percepción del
espectador que hace dialogar su narrativa personal con los estímulos que recibe
antes, durante y después del hecho escénico, porque dichos estímulos son
esencia del acontecimiento mismo.
La construcción del espectáculo inicia desde el
largo camino hacia la entrada del Castillo de Chapultepec, generando una
atmósfera que abstrae al espectador de su momento histórico para adentrarlo en
el tiempo sin tiempo de la historia; y al mismo tiempo contextualiza lo que se
presentara más adelante, de allí que la elección del recinto es indispensable
para complementar la parte del argumento que no se trata en la obra pero sin la
cual el espectáculo quedaría escueto. A pesar de la desafortunada disposición
de los asientos, es notorio el magnífico trabajo en la hechura detallada de las
marionetas, el decorado y los pequeños vestuarios de época, algunos de los
cuales servían de medio para hacer transitar a los personajes en el tiempo y de
un universo a otro.
El trabajo de los marionetistas es bastante
bueno aun cuando se les escaparan ciertos detalles de lógica física que en un
trabajo de esta naturaleza son importantes, pues aunque la imaginación humana es
poderosa e indulgente, la mente está diseñada para detectar inmediatamente los
comportamientos ilógicos de todo cuerpo en el espacio y esto puede sacar al
espectador de la fantasía. Asimismo, hubo momentos en que parecían no haber
mecanizado las dimensiones y estructura del escenario; situación seria si se
toma en cuenta que estaban a un par de funciones de cerrar temporada.
Si bien es cierto que las marionetas por sí
mismas tienen cierta expresividad (sobre todo estando tan bie realizadas, como
es el caso), no adquieren estar dramático hasta que el marionetista hace de
ellas una extensión de sus propias capacidades expresivas (psicológicas,
emotivas, racionales), para articular un carácter. Así, los marionetistas de Adiós Carlota realizan un trabajo no
desprovisto de dificultades tomando en cuenta la descuidada tradición mexicana
de este tipo de teatro, pero que logra ser convincente e incluso conmovedor,
especialmente con el personaje de Carlota anciana quien termina siendo
determinantemente entrañable.
Las composiciones e interpretación en piano de
Deborah Silberer acentúan y se suman apropiadamente a los contrapuntos emotivos
y los matices cómicos que propone el desarrollo de carácter del personaje
principal. La estructura de la obra en general transita ágilmente de un momento
escénico a otro logrando darle énfasis el estado emotivo final. Del mismo modo,
los detalles simbólicos como la Serpiente emplumada, los guiños históricos
sustentados por el desafortunado destino del Emperador Maximiliano de Habsburgo
y las metáforas sobre la demencia, confeccionan un atractivo entramado poético
que libera al personaje de su densa carga histórica y lo colma de profundidad
humana, alcanzado así un sentido universal al lograr que nos identifiquemos con
ella desde las fragilidades de nuestra historia personal.
Quizá los traspiés de Adiós Carlota se encuentran en el diseño de iluminación de Isaías
Martínez que todo el tiempo expone involuntariamente a los manipuladores de
títeres (como se anuncian en el programa de mano), traicionando la ilusión
creada por el juego de luz-oscuridad a través del cual se manipula a las
marionetas; y que al mismo tiempo, descuida las sombras que se filtran de lo
que podríamos llamar tras bastidores (hablo de la función a la cual asistí).
También, parece demasiado discreta respecto a la variedad de diseños escénicos
que propone el espectáculo.
Por su parte, la dirección al establecer una
convención con los marionetistas ocultos que rompe al diluir la cuarta pared y
a la cual regresa en un par de ocasiones, genera ambigüedad en el imaginario
que entorpece la fluidez de la narrativa, aun cuando la salida final de Carlota
es un bello pasaje. Queda la impresión de que esta propuesta escénica,
voluntaria en este caso, permanece entre lo necesario y lo innecesario, sin
definirse como para adquirir contundencia. Al puntualizar lo anterior no
pretendo demeritar el trabajo de este grupo de creadores -al contrario-,
intento explicar el detalle que requiere así como lo especializado que resulta
y lo trascendente que es generar espectáculos de calidad de este tipo.
Una vez terminado mi viaje con la Emperatriz Carlota,
por el Castillo de Chapultepec y por Reforma, no me caben dudas acerca de tres
puntos: 1) Más allá de nuestro patriótico apego a la democracia republicana,
Los Emperadores Maximiliano y Carlota forman –por voluntad propia- parte importante
de nuestra historia y asimismo son personajes entrañables cuya presencia no
pudo asesinar “el respeto al derecho ajeno”; 2) El grupo de creadores y
ejecutantes de Adiós Carlota es un
equipo de profesionales que hacen un trabajo importante y de calidad
internacional para la escena teatral mexicana. Los dueños del discurso
artístico en México debieran abrirles todas las puertas para que este
espectáculo tuviera muchas temporadas más en los diversos escenarios de la
Ciudad de México, por lo menos; 3) Adiós Carlota ha sido una experiencia que
deviene en declaración acerca de la trascendencia que para el individuo
significa un acontecimiento dramático y un hecho escénico, cuya presencia es
determinante de un acto creativo. Desde esta trinchera marginal del teatro, mis
más sinceras felicitaciones.
Tlalpan, México, D. F., a 11 de agosto de 2014
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