La Insegura, vanidosa, superficial, rubia y absorbente épica de Wes Anderson ó
Una crítica que no encaja con la Revista Icónica
FICHA
TÉCNICA:
Dirección: Wes
Anderson
Producción: Wes
Anderson, Jeremy Dawson, Steven M. Rales, Scott Rudin
Guion Wes Anderson
Música Alexandre Desplat1
Fotografía Robert
Yeoman
Montaje Barney Pilling
Género: comedia
Estados Unidos, 2014, 99 minutos
Reparto: Ralph
Fiennes, Saoirse Ronan, Tilda Swinton, Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Adrien
Brody, Edward Norton, Harvey Keitel, Jason Schwartzman, Owen Wilson, Bill
Murray, Mathieu Amalric, F. Murray Abraham, Jude Law
Por: Antonio Mejía Ortiz
Wes
Anderson presenta la fantástica aventura de Gustave H (Ralph Fiennes), legendario
conserje del famoso Gran Hotel Budapest, que es inculpado por el asesinato de
su millonaria amiga, amante y huésped, quien le ha dejado una pintura
invaluable como herencia. Acompañado por Zero Moustafa -el chico del vestíbulo
a quien convierte en su protegido-, y rodeados de una planilla amplia de
singulares personajes, representados por un magnífico reparto, sortean una serie
de eventos límite durante el periodo europeo de “entre guerras”.
Sirviéndose
de recursos narrativos adaptados al cine como “el teatro dentro del teatro” o
la intertextualidad utilizada por Miguel de Cervantes al darle vida a Cide
Hamete Benengeli[1] en
Don Quijote de la Mancha, este filme
es una soberbia exhibición de polifonías rítmicas y tonales, así como de
matices respecto a los géneros por los que transita con agilidad y elegancia;
si bien en general se trata de una comedia que ubica su expresionismo en el
tratamiento de la paleta de colores y el tipo de actuación propio del humor
inglés, hay referencias características de la “Pieza chejoviana” y el “cine
negro”, obviamente exaltando el sentido irónico y patético de temas complicados
de abordar como el miedo,
la violencia, la injusticia, y la corrupción del grupo hegemónico en turno,
frente a los errores de carácter del individuo, sin caer en panfletarismos o
chauvinismos.
El
planteamiento que en sí podría parecer superfluo -pues no penetra en la
psicología de los personajes-, genera profundidad épica al arroparse de una
serie de “personajes tipo” trabajados a detalle y asimismo, de gran cantidad de
pequeñas historias apenas insinuadas en su azarosa presencia que sin embargo
construyen la causalidad que cimenta el obsesivo equilibrio plástico y
argumentativo de la acción toda, cuya progresión dramática resulta de la
confrontación entre el comportamiento moral de buenos y malos que por momentos se difumina; y, el sentido
último de sus intenciones, al margen de las tendencias innatas. Así, Wes Anderson
erige una atmósfera emotiva que absorbe nuestra psicología para
definir los rasgos de carácter de los protagonistas que en busca de la verdad o
defendiéndola, serán derrotados o caídos en decadencia a causa de los
accidentes históricos que le dieron identidad a la primera mitad del siglo XX.
Dicho
equilibrio se nota en la simetría visual de los escenarios, en el manejo de los
planos y la maquinaria escénica a cuadro que propone una especie de sistema
fractal, donde cada escena, cada situación, como los personajes mismos, son
reflejos o desdoblamientos unos de otros, en un juego del montaje donde lo
general va edificando lo particular y a su vez, dado que la resolución del misterio no es el
objetivo principal, lo particular en síntesis del entramado general.
El diseño sonoro es una delicia de ritmos y “tempos”, donde se orquestan los
sonidos incidentales con la banda sonora, con los encuadres y los planos e
incluso con la musicalidad de los diálogos y sus inflexiones.
The Grand Budapest Hotel es una obra maestra, “una ilusión con una gracia sorprendente acerca de los
vagos destellos de civilidad en este matadero salvaje que alguna vez fue la
humanidad”[2], cuya
naturaleza meta-argumentativa trasciende el universo cerrado de la película,
pues estando inevitablemente ligada a la personalidad de su creador, es también
similar a su protagonista: “insegura, vanidosa, superficial, rubia y absorbente[3]”,
como todo lo trascendente en el mundo de las formas.
[1] Cide Hamete Benengeli es un personaje ficticio, supuesto
historiador musulmán creado por Miguel de Cervantes en su novela Don Quijote
de la Mancha, quien sería el escritor de gran parte del Quijote. La
novela sería entonces la traducción de un texto antiguo en árabe que relata
hechos verídicos. Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha. Real Academia Española. Alfaguara. capítulo IX. P 87.
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