viernes, 11 de marzo de 2016

Néstor López Aldeco

Hice mi cambio de carrera en 2006 y durante los procedimientos todavía era Coordinador un polaco extravagante de cabello largo, gris, sombrero y bastón, que se paseaba por los pasillos de la Facultad a paso rápido y con postura perfecta (yo no podía saber entonces que se convertiría en mi mentor, mi jefe y mi amigo). Cuando por fin ingresé, estaba muy emocionado. Tenía buenos compañeros y esa generación tuvo buenos profesores que nos enseñaron de respeto, amor y sacrificio hacia el teatro; de perversidad y perspicacia, de disciplina, pero también de la jocosidad y chacota que forman parte del hacedor de teatro. 

Eran profesores que además de creadores y de haber vivido todas las épocas del teatro en México y de no chuparse el dedo (como sí hacen muchos "creadorsitos" quienes ahora dominan los espacios y que llegado su momento marginaron impunemente a sus predecesores), además tenían ese algo más de vanidad, de artilugio e histrionismo; ahora los teatreros, especialmente los profesores son muy desangelados, excesivamente fodongos, parecen antropólogos haciendo teatro. Entre ellos recuerdo a Lech, por supuesto, al Profesor Rosas (a pesar de todo), a Fernando Martínez Monroy, a la Mtra. Yolanda Bache, a la querídisima Yoali, a la Mtra. Reyna y especialmente al Maestro Néstor López Aldeco, un personaje combinado de pies a cabeza, desde los calcetines hasta la joyería que usaba, un tipo más allá del bien y del mal como rezan los cánones, cuya profunda voz era capaz de transportarnos a las intimidades escénicas de la Grecia antigua tanto como a los chismes de la farándula mexicana de la primera mitad del siglo XX. 

Pero más allá de su calidad como profesor, de su conocimiento y su probada esencia teatrera, de sus bromas pesadas y carácter sicalíptico, profesores como él compartían algo más, algo de candidez, de transgresión y trascendencia, algo de sabiduría y, también compartieron el desprecio que las nuevas administraciones y las nuevas generaciones les hicieron en la frenética búsqueda del éxito, del reconocimiento mediático, de la explotación del ego, a través de profesores “en activo” que prometían reflectores y parafernalia, y carnavales contraculturales en las más novedosas vanguardias.

Ayer me enteré del fallecimiento del maestro Nestor y pensé que sobre las débiles piernas de nuestra generación X, queda sostenido ese mundo que también fue el nuestro y que quizá debamos, renovando los arquetipos, continuar con esa feliz destrucción a la que tanto le temen los discípulos de los detentores del medio teatral mexicano. Con ese amor fati de a quien le va la vida en el arte, porque como artistas "La vida de esos hombres constituye en cierta manera una feliz destrucciojn de sí mismos, una destrucción apacible y flemática, pero en el fondo espantosa…."*
*(Yukio Mishima)

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