martes, 9 de enero de 2018

TIRAR LA PIERDA Y ESCONDER LA MANO. LA DICTADURA DEL TEATRO “DE ARTE”

Reflexiones acerca del texto Diferencias entre el teatro comercial y el teatro “de arte”,
escrito por Martín López Brie 

Recientemente leí una nota de Martin López Brie, publicada en su blog personal y compartida por la página Dramaturgia Mexicana acerca de las diferencias entre el teatro comercial y el teatro que él llama de arte (https://martinlopezbrie.blogspot.mx/2018/01/hay-diferencias-entre-el-teatro.html). Parece que, desde hace mucho tiempo, el tema ha sido polémico en México y no se logra llegar a un acuerdo. Con todo, para quienes hacemos o estamos interesados en el teatro, independientemente de sus nichos, estilos o vertientes, resulta un tema interesante porque no sólo explica una dinámica creativa sino que, de llegar a un punto de conciliación, daría luz en muchos aspectos en los que el teatro mexicano se ha resentido desde siempre y, esta es mi opinión personal, comenzaría a revelar esa identidad teatral que continúa oculta y poco actualizada.

El texto de López Brie me genera algunas dudas respecto a su buena voluntad, ya que realiza aseveraciones con la misma impertinencia que critica, se coloca a sí mismo y a quienes siente suyos en una escala creativa y moral superior y, en su intento de explicar los procesos de producción, haciendo una radiografía simplista del contexto, termina por justificar una serie de vicios basados en la incompetencia, la improvisación, el despotismo y la egolatría de quienes, en este momento, dominan la escena teatral “de arte”, por lo menos en la Ciudad de México. Estos “artistas” abonan a los discursos de chantaje social falsamente comprometidos, discursos protegidos, hiper-explicados y endogámicos, hechos por los falsos gurús de lo que yo denomino: el correcto discurso políticamente incorrecto, negado a la comprobación y la crítica, si no es por quienes López Brie denomina “expertos” o “especialistas”, mismos que, no casualmente, forman parte de una élite que sigue culpando y responsabilizando a todo y todos de sus proyectos fracasados e intrascendentes, pero que año con año, se ven beneficiados de becas, estímulos y subsidios por parte del Estado.

Según me parece, quienes realizan teatro comercial tienen bien claro cuáles son sus objetivos, su delimitación, el concepto que sustentará un proyecto, así como una conciencia acerca del perfil del espectador a quienes se dirigen, sin que esto excluya al público en general. También cuentan con un perfil de los profesionales que, a través de su capacidad creativa y su inteligencia, generan conceptos y espectáculos por los que la gente, el público en general, experimentado y no, entrenado y no, experto y no, no se siente defraudado ni robado por un boleto que cuesta más de 300 pesos. Es indudable que detrás de las grandes producciones del teatro comercial bien realizado hay un trabajo creativo y artístico, independientemente de sus alcances intelectuales aun cuando, por su propia naturaleza, haya una especial atención a la parte del negocio. Demeritar el trabajo de los profesionales que participan en el teatro comercial, es una postura peligrosa que promueve la idea de que hay unos artistas mejores que otros.

El teatro “de arte” no tiende hacia la popularidad, sin embargo, sus búsquedas y propósitos, así como su discurso artístico, no tienen por qué ser complacientes o estar cerrados al diálogo, a los aspectos comerciales y lúdicos que, les guste o no a los “especialistas del teatro de arte”, también forma parte de la naturaleza del teatro, cuyos productos, si bien no están obligados a divertir, sí están obligado a demostrar inteligencia, talento y sensibilidad. Irónicamente, lo que sucede en este momento es que el teatro comercial participa de la sensibilidad del público, mientras que el teatro “de arte”, aun con su chantaje social, sigue distanciado de la gente y sin sobrevivir más allá de una preocupación por el contexto socio-político discutido en aburguesadas charlas de café. Mientras que el teatro comercial se sostiene por sus medios (a veces perversos), el teatro “de arte” vive de la victimización, culpando y haciendo crítica fácil de un medio social y político del que participa a través de financiamiento gubernamental, llámese becas, subvenciones o festivales o premios que atienden a un perfil y no necesariamente al proceso creativo. Y es así que estos artistas, terminan formando parte activa del sistema a través de un discurso contracultural que sirve al poder desde las modas del Trending Topics de la conciencia social. Una obra de teatro de arte puede ser comercial aun cuando pertenezca a un circuito cultural independiente, porque esto es dado no por el tema en sí, sino por cómo es abordado.

Es de extrañar que, siendo un teatrero experimentado, López Brie se muestre como un novato a la hora de examinar las diferencias respecto a los modelos de producción entre el teatro comercial y el “de arte”, sin querer hacer notar que todos los aspectos que menciona forman parte de un proceso de producción teatral bien realizado independientemente de su posterior colocación. López Brie da por hecho que los alcances del teatro “de arte” son mayores o mejores que los del teatro comercial, sin tomar en cuenta que en el primero hay infinidad de ejemplos de proyectos cuya dimensión intelectual, analítica y de síntesis, es mediocre y en ocasiones hasta absurda, atentando contra la inteligencia no sólo del público, sino de humana. Aquí cabe destacar que hacer obras con intención de generar vanguardia o que trate sobre temas tabúes o controversiales no da calidad a un proyecto; por otra parte, una obra comercial como la Dalia negra o el Rey León, aun cuando no profundice ni sea un estudio intelectual sobre la naturaleza humana, utiliza los recursos del lenguaje teatral de forma adecuada y con calidad, a través de la participación de profesionales con una visión estética ingeniosa. Es visible e innegable que, desde hace algunos años, el teatro comercial se va acercando a las experiencias estéticas del teatro de arte y, por el contrario, el denominado teatro “de arte” se ha ido cerrando y negando a las propias características comerciales históricas del teatro.

Aunque hacia el final de su texto Brie dice que no tiene problemas con el teatro comercial, es evidente que menoscaba su modelo de producción y, en contraposición, habla de los procesos en el teatro “de arte” con una disimulada exaltación moral propia de quienes aspiran a mártires, cuando la realidad es que un producto teatral de calidad depende en gran medida del proyecto, del criterio y compromiso de sus realizadores; y en menor medida de los dineros.

Es claro que el principal objetivo de una obra comercial sea vender boletos, puesto que no está subvencionado, mientras que en el teatro “de arte” esto no importa porque no están obligados a rendir cuentas, y mucho menos a demostrar sus cualidades, so pretexto de búsqueda y experimentación.

Cuando López Brie dice que el objetivo de una obra artística es expresar algo, que las intenciones comerciales están sometidas a esta necesidad y que la búsqueda principal es la aceptación de un grupo de “expertos”, está expresando la naturaleza dictatorial, excluyente, cerrada y déspota de esos proyectos y de esa forma de hacer teatro por parte de un gremio de “artistas” que terminan siendo mejores que otros.

El teatro comercial no necesita validación ni legitimización o consagración porque, de acuerdo a sus propósitos, lo tiene por parte del público que llena sus espectáculos. Y por su parte, el arte cuando es arte, no necesita validación ni legitimización o consagración de especialistas o expertos, porque se sostiene actualizado a través de la historia. En su intención de defender al gremio y los aspectos culturales del teatro “de arte”, López Brie termina validando, legitimando y promoviendo la consagración de un grupo de personas y cúpulas que tienen cooptados los espacios, los subsidios, los estímulos y presupuestos. Parece que los hacedores y defensores del teatro “de arte”, con conciencia social y compromiso intelectual, están siempre preocupados por los destinos de los apoyos y subsidios del Estado, lo que en un sentido estricto se contrapone a sus objetivos y preocupaciones, según las poéticas, ideologías o discursos que defienden.

Finalmente, López Brie define lo artístico como “la presentación de un punto de vista singular y diferente sobre el mundo, sin importar su factura”. Dicha definición, además de ser muy pobre, es una muestra de cómo algunos hacedores y defensores del teatro “de arte”, se asumen como portadores de ese punto de vista “singular y diferente”; y, por lo mismo, merecen ser incuestionablemente validados, legitimados y consagrados, tanto como subsidiados.

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