Reflexiones acerca del texto Diferencias entre el teatro comercial y el
teatro “de arte”,
escrito por Martín López Brie
Recientemente leí una
nota de Martin López Brie, publicada en su blog personal y compartida por la
página Dramaturgia Mexicana acerca de las diferencias entre el teatro comercial
y el teatro que él llama de arte (https://martinlopezbrie.blogspot.mx/2018/01/hay-diferencias-entre-el-teatro.html).
Parece que, desde hace mucho tiempo, el tema ha sido polémico en México y no se
logra llegar a un acuerdo. Con todo, para quienes hacemos o estamos interesados
en el teatro, independientemente de sus nichos, estilos o vertientes, resulta
un tema interesante porque no sólo explica una dinámica creativa sino que, de
llegar a un punto de conciliación, daría luz en muchos aspectos en los que el
teatro mexicano se ha resentido desde siempre y, esta es mi opinión personal,
comenzaría a revelar esa identidad teatral que continúa oculta y poco
actualizada.
El texto de López Brie
me genera algunas dudas respecto a su buena voluntad, ya que realiza
aseveraciones con la misma impertinencia que critica, se coloca a sí mismo y a quienes
siente suyos en una escala creativa y moral superior y, en su intento de
explicar los procesos de producción, haciendo una radiografía simplista del
contexto, termina por justificar una serie de vicios basados en la
incompetencia, la improvisación, el despotismo y la egolatría de quienes, en
este momento, dominan la escena teatral “de arte”, por lo menos en la Ciudad de
México. Estos “artistas” abonan a los discursos de chantaje social falsamente
comprometidos, discursos protegidos, hiper-explicados y endogámicos, hechos por
los falsos gurús de lo que yo denomino: el correcto discurso políticamente incorrecto,
negado a la comprobación y la crítica, si no es por quienes López Brie denomina
“expertos” o “especialistas”, mismos que, no casualmente, forman parte de una
élite que sigue culpando y responsabilizando a todo y todos de sus proyectos
fracasados e intrascendentes, pero que año con año, se ven beneficiados de
becas, estímulos y subsidios por parte del Estado.
Según me parece, quienes
realizan teatro comercial tienen bien claro cuáles son sus objetivos, su delimitación,
el concepto que sustentará un proyecto, así como una conciencia acerca del
perfil del espectador a quienes se dirigen, sin que esto excluya al público en
general. También cuentan con un perfil de los profesionales que, a través de su
capacidad creativa y su inteligencia, generan conceptos y espectáculos por los
que la gente, el público en general, experimentado y no, entrenado y no,
experto y no, no se siente defraudado ni robado por un boleto que cuesta más de
300 pesos. Es indudable que detrás de las grandes producciones del teatro
comercial bien realizado hay un trabajo creativo y artístico,
independientemente de sus alcances intelectuales aun cuando, por su propia
naturaleza, haya una especial atención a la parte del negocio. Demeritar el
trabajo de los profesionales que participan en el teatro comercial, es una
postura peligrosa que promueve la idea de que hay unos artistas mejores que otros.
El teatro “de arte” no
tiende hacia la popularidad, sin embargo, sus búsquedas y propósitos, así como
su discurso artístico, no tienen por qué ser complacientes o estar cerrados al
diálogo, a los aspectos comerciales y lúdicos que, les guste o no a los “especialistas
del teatro de arte”, también forma parte de la naturaleza del teatro, cuyos
productos, si bien no están obligados a divertir, sí están obligado a demostrar
inteligencia, talento y sensibilidad. Irónicamente, lo que sucede en este
momento es que el teatro comercial participa de la sensibilidad del público,
mientras que el teatro “de arte”, aun con su chantaje social, sigue distanciado
de la gente y sin sobrevivir más allá de una preocupación por el contexto socio-político
discutido en aburguesadas charlas de café. Mientras que el teatro comercial se
sostiene por sus medios (a veces perversos), el teatro “de arte” vive de la
victimización, culpando y haciendo crítica fácil de un medio social y político
del que participa a través de financiamiento gubernamental, llámese becas,
subvenciones o festivales o premios que atienden a un perfil y no necesariamente
al proceso creativo. Y es así que estos artistas, terminan formando parte
activa del sistema a través de un discurso contracultural que sirve al poder
desde las modas del Trending Topics
de la conciencia social. Una obra de teatro de arte puede ser comercial aun
cuando pertenezca a un circuito cultural independiente, porque esto es dado no
por el tema en sí, sino por cómo es abordado.
Es de extrañar que,
siendo un teatrero experimentado, López Brie se muestre como un novato a la hora
de examinar las diferencias respecto a los modelos de producción entre el
teatro comercial y el “de arte”, sin querer hacer notar que todos los aspectos
que menciona forman parte de un proceso de producción teatral bien realizado
independientemente de su posterior colocación. López Brie da por hecho que los
alcances del teatro “de arte” son mayores o mejores que los del teatro
comercial, sin tomar en cuenta que en el primero hay infinidad de ejemplos de
proyectos cuya dimensión intelectual, analítica y de síntesis, es mediocre y en
ocasiones hasta absurda, atentando contra la inteligencia no sólo del público,
sino de humana. Aquí cabe destacar que hacer obras con intención de generar
vanguardia o que trate sobre temas tabúes o controversiales no da calidad a un
proyecto; por otra parte, una obra comercial como la Dalia negra o el Rey León,
aun cuando no profundice ni sea un estudio intelectual sobre la naturaleza
humana, utiliza los recursos del lenguaje teatral de forma adecuada y con
calidad, a través de la participación de profesionales con una visión estética
ingeniosa. Es visible e innegable que, desde hace algunos años, el teatro
comercial se va acercando a las experiencias estéticas del teatro de arte y,
por el contrario, el denominado teatro “de arte” se ha ido cerrando y negando a
las propias características comerciales históricas del teatro.
Aunque hacia el final
de su texto Brie dice que no tiene problemas con el teatro comercial, es
evidente que menoscaba su modelo de producción y, en contraposición, habla de los
procesos en el teatro “de arte” con una disimulada exaltación moral propia de
quienes aspiran a mártires, cuando la realidad es que un producto teatral de
calidad depende en gran medida del proyecto, del criterio y compromiso de sus
realizadores; y en menor medida de los dineros.
Es claro que el
principal objetivo de una obra comercial sea vender boletos, puesto que no está
subvencionado, mientras que en el teatro “de arte” esto no importa porque no
están obligados a rendir cuentas, y mucho menos a demostrar sus cualidades, so
pretexto de búsqueda y experimentación.
Cuando López Brie dice
que el objetivo de una obra artística es expresar algo, que las intenciones
comerciales están sometidas a esta necesidad y que la búsqueda principal es la
aceptación de un grupo de “expertos”, está expresando la naturaleza dictatorial,
excluyente, cerrada y déspota de esos proyectos y de esa forma de hacer teatro
por parte de un gremio de “artistas” que terminan siendo mejores que otros.
El teatro comercial no
necesita validación ni legitimización o consagración porque, de acuerdo a sus
propósitos, lo tiene por parte del público que llena sus espectáculos. Y por su
parte, el arte cuando es arte, no necesita validación ni legitimización o
consagración de especialistas o expertos, porque se sostiene actualizado a
través de la historia. En su intención de defender al gremio y los aspectos
culturales del teatro “de arte”, López Brie termina validando, legitimando y
promoviendo la consagración de un grupo de personas y cúpulas que tienen cooptados
los espacios, los subsidios, los estímulos y presupuestos. Parece que los hacedores
y defensores del teatro “de arte”, con conciencia social y compromiso
intelectual, están siempre preocupados por los destinos de los apoyos y
subsidios del Estado, lo que en un sentido estricto se contrapone a sus
objetivos y preocupaciones, según las poéticas, ideologías o discursos que
defienden.
Finalmente, López Brie
define lo artístico como “la presentación de un punto de vista singular y
diferente sobre el mundo, sin importar su factura”. Dicha definición, además de
ser muy pobre, es una muestra de cómo
algunos hacedores y defensores del
teatro “de arte”, se asumen como portadores de ese punto de vista “singular y
diferente”; y, por lo mismo, merecen ser incuestionablemente validados,
legitimados y consagrados, tanto como subsidiados.
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