martes, 10 de septiembre de 2019

Artículo en tres piezas

I) LA CASA QUE ARDE DE NOCHE

De Ricardo Garibay

La casa que arde de noche, del gran Ricardo Garibay, es una novela terrible-hermosa cuyas dimensiones, lo mismo que la casa a la que hace alusión el título, se amplían y amplifican y se desdoblan en la medida en que el lector lo hace. El tránsito de la casa, de los personajes que la habitan y del lector, se acompasa y profundiza conforme se alcanza el núcleo del argumento; cualquiera puede entrar a la casa, pero sólo algunos pueden saber de sus entrañas, porque este Palacio de la Sabiduría no admite cualquier exceso.
Aun cuando la novela funciona para quien únicamente busca una historia sencilla y un divertimento, más allá de la estructura técnica del texto, la maestría de Garibay está en que la trama, al puro estilo de una parábola,  aparentemente simple, sólo es la fachada de todos los mundos de un universo, de todo lo universal que hay en lo particular de cada individuo. 
Me recordó a Sacrificio de Tarkovski, a la teoría psicoanalítica de las tres mujeres simbólicas que forman la imagen de lo femenino o del ánima en un hombre: la Madre, la Amante y la Esposa; me recordó a El Perseguidor de Cortazar, al cuento El Sur de Borges, al poema El Tigre de W. Blake, a la terrible simetría del Patriarca que hay en cada hombre, en cada mujer, en todo hombre.
Y por lo mismo, similar a lo que sucede con el Complot Mongol de R. Bernal, mientras en México no haya cineastas (y no los hay, ¡por mucho!) de la talla de Tarantino, de Scorsese y ni mencionar a Tarkovski, no habrá adaptaciones que les hagan justicia, en la medida en que el Cine puede alcanzar a tocar a la Literatura.

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