martes, 2 de junio de 2020

YA NO ESTOY AQUÍ

UNA TRAGICOMEDIA MEXICANA



Netflix ha estrenado el segundo largometraje de ficción de Fernando Frías de la Parra Ya no estoy aquí (México, 2019); misma que viene precedida por un afortunado paso por festivales de cine, como el de Morelia, donde obtuvo el premio al mejor largometraje mexicano. Aunque, claro, actualmente un festival no es garantía de nada.

Inscrita en lo que podemos denominar como cine independiente por su manufactura, así como por en ángulo en que aborda su temática, Ya no estoy aquí forma parte del amplio catálogo de películas mexicanas que, desde Los Olvidados de L. Buñuel, abordan el tema de la miseria, la falta de oportunidades y el infructuoso intento de los individuos por superar dicha condición. 
En su película, de la Parra nos muestra un episodio definitivo en la vida de Ulises, un chico de 17 años que se encuentra sumergido en la marginalidad de un barrio muy pobre de Monterrey, en México. Con una vida familiar disfuncional, en medio de una sangrienta, ineficaz y desconsiderada guerra entre narcotraficantes que se pelean la plaza y el gobierno de Felipe Calderón, mismo que negándose a cambiar la realidad social, abandonó a la gente a sus muchas necesidades, a sus muchos impedimentos, a su condición de olvidados.
En ese entorno en donde pareciera que las opciones son consumirse en las drogas, ser carne de cañón para el narcotráfico o entregarse al tedioso anonimato de una vida miserable, Ulises ha encontrado una forma de expresar su creatividad a través del baile. Líder de un grupo de jóvenes nombrado los Terkos, que a su vez forma parte, junto con otros, de un grupo mayor llamado Los Pelones (debido a la facción del cartel que domina la zona), todos pertenecen a una tribu urbana autodefinida como Kolombia, cuya característica es el gusto por la cumbia colombiana y su sincretismo con los usos y costumbres surgidos de la mezcla entre los endémicos de la región y los mexicoamericanos que son constantemente importados. Ulises no sólo es líder de su grupo, es también, quizá, el que mejor baila de todos “Los Pelones”. La trama nos muestra que, además, es quien tiene un carácter distinto: creativo, soñador, con aspiraciones que probablemente no alcanza a distinguir, pero que supone más allá de sus circunstancias.
Sin embargo, el medio mezquino en que se encuentra le obliga a cambiar radicalmente su vida cuando el barrio (que a final de cuentas no respalda a nadie) al que se supone está muy arraigado, le da la espalda y tiene que huir hacia los Estados Unidos, tras un altercado entre narcotraficantes del que sale amenazado de muerte. 

Y es aquí que comienza l travesía de Ulises que no es tanto exterior sino interior. Un tortuoso camino hacia el encuentro con la realidad que, sin embargo, habrá de conducirlo al encuentro consigo mismo. Haciendo ineludibles referencias a la Odisea y al Ulises de Jaime Joyce, la película nos adentra a una narración en paralelo, con emotivos saltos al mundo poético de la ensoñación, la añoranza por un lugar en donde pueda, por fin, encontrar eso que todos deseamos: una plena felicidad imperturbable. Ya desde el inicio hay en Ulises, muy bien interpretado por Juan Daniel García Treviño, una sensación de que se encuentra constantemente en un estado nostálgico. Por una parte tenemos la vida de Ulises en Monterrey y cómo es obligado a dejar atrás a a su familia, su novia, sus amistades, la dinámica con su tribu y su barrio. Por otra parte, las vicisitudes en Estados Unidos como ilegal en un lugar desconocido, ajeno y para el inhóspito, en el que las personas lo miran como a un animal exótico y se relacionan con él, siendo el caso de Lin (Xueming Angelina Chen) como con una mascota. La realidad es que, aún cuando él mismo crea que tiene añoranza por su barrio, no hay prácticamente nada que le arraigue a una u otra realidad y así, rápidamente se convierte en un outsider. Su momento de revelación sobreviene cuando, totalmente ebrio, habla por teléfono con su madre y siendo despreciado por ella, va en busca de una fichera colombiana que conoció días antes, de quien tiene que decir que es su madre para que le permitan verla. Esta mujer es la única que, sin ingenuidad, pero desinteresadamente, le ayuda en el momento de mayor crisis, continuando con la serie de paralelismo, simbólicamente hablando.
A partir de allí, es cuando Ulises decide despojarse del personaje que se creó para liderar a Los Terkos y relacionarse con los Kolombia. Y así, es como se emancipa de su carácter infantil y, al perderlo todo, queda frente a frente consigo mismo, saliendo avante de esa confrontación que supone el crecimiento personal de un protagonista.
Deportado a Mexico, por consecuencia de lo anterior, a su regreso todo es distinto para él como individuo, pero los problemas sociales, su germen y consecuencias, el olvido por parte de las políticas de gobierno, es decir, las circunstancias a caso más recrudecidas, siguen siendo las mismas. En tanto podemos observar el destino de dos personajes, antiguos amigos de Ulises, ellos sí arraigados a su barrio: uno muerto a causa de haber entrado en pleno al narcotráfico; otro, su mejor amigo, volcado hacia un grupo religioso, toda vez que dice haber sido encontrado por Dios; por comparación, estas escenas nos dejan claro que Ulises ha regresado a su barrio pero ya no pertenece allí. No es una película que hable del retorno, sino de la metáfora sobre el símbolo del viaje que dice: aquel que se va, ya no vuelve. Así, mientras abajo en las calles sucede un intenso y cruento enfrentamiento entre jóvenes reclutados por narcotraficantes y policías a las órdenes de la llamada “guerra contra el narco”, vemos a Ulises con el mismo amor por el baile, pero sin sus peculiaridades en el atuendo, mirándolo todo desde las alturas; más que bailando, danzando, en una especie de rito personal e íntimo como de desprendimiento zen, haciendo alusión al título del largometraje: aquel que se fue, no es este que vuelve; aunque físicamente esté aquí, ya no es de aquí, ya no está aquí, espiritualmente ya no pertenece más que a sí mismo. Ulises, simbólicamente hablando, se ha sustraído de toda dinámica terrenal y elevándose por sobre esa cotidianidad vacía, insustancial, se halla en una plenitud que expresa con su danza del final, la cual es como una paráfrasis de aquel bello poema de J. Gorostiza: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un Dios inasible que me ahoga...“




La película está bien dirigida, en lo general, aún cuando pasada la mitad caiga en reiteraciones innecesarias para apuntalar el carácter de Ulises y sustentar el final, especialmente en las escenas de los sueños que, aunque bonitas no dejan de ser genéricas, es decir, se notan más propias de este tipo de cine que de la mano del director.
Habría que darle una mención especial a las actuaciones, todos lo hacen con naturalidad y frescura. Entre todos hay que felicitar particularmente a Juan Daniel García Treviño, quien tiene mucho futuro como actor, pues sin cumplir con los estándares occidentales burgueses de belleza, resulta atractivo por sus rasgos muy particulares, su fuerte presencia escénica y su gran capacidad para interiorizar y, a su vez, expresar el conflicto del personaje prácticamente sin palabras, únicamente con la dureza de su rostro y la intensidad de su mirada. Me parece que aquí nos encontramos con un fenómeno como el de Yalitza Aparicio que, espero, no sea desperdiciado o ninguneado por la cinematografía nacional. 
Cabe destacar que, aún cuando la historia sea pequeña, y desde mi perspectiva faltó ahondar más en ciertas circunstancias de la historia o los pensamientos del protagonista, la película logra retratar con crudo realismo, pero sin sensibleros regodeos, una realidad social nacional hasta ahora invisible (no por nada ha causado indignación positiva y negativa en Monterrey), así como una crítica a la guerra contra el narcotrafico de Felipe Calderón, sustentada en eventos de tono más bien grandilocuente como sangrientos y vacuos, que al mismo tiempo olvidaban a todo un sector de jóvenes negados a toda oportunidad de realización personal. Sin caer en melodramas, sensiblerías, alarmismos o falsos actos de contrición, de la Parra logra que podamos generar empatía y compasión, es decir, compartir la pasión de un personaje con el que se puede fácilmente caer en condescendencias.

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