lunes, 13 de enero de 2014

MANUEL CAPETILLO PARTE II


 O la eterna historia del individuo desintegrado por el sistema
PARTE II

Decidido a resarcir su figura en la medida de mis posibilidades, comencé a investigarlo y dejo en esta segunda parte, el resultado de esa búsqueda.

MANUEL CAPETILLO

Nace en la ciudad de México, el 17 de diciembre de 1937. Su formación familiar, con fuerte contenido del catolicismo, mediante la oración diaria, las preferencias litúrgicas de Semana Santa y el equilibrio difícil entre culpa y deseo de la vida eterna, resulta ser una formación que poderosamente influye para que Manuel Capetillo tenga la experiencia monástica, en la comunidad benedictina de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca, entre 1956 y 1961.

Posteriormente cursa varios años en la Escuela Nacional de Arquitectura, y en la Escuela Nacional de Música pretende muy tardíamente estudiar la carrera de composición.

Los tormentos y gracias espirituales, alimentados por la vida familiar y por una familia monástica renovadora hasta el grado de lo revolucionario, lo rebelde, y lo que a la corrupción se somete, más el deseo de crear espacios materiales y espacios musicales, en Capetillo contribuye a sellar una desbordada vocación espiritual a través del ejercicio literario. Con la memoria del canto y de la poesía de la oración, y con el recuerdo inicial del personal adentramiento, hacia los treinta años descubre su inclinación por la escritura.

La obra de Manuel Capetillo es una acumulación de textos y de series de textos en torno a la idea de la muerte y la vida, la creación y la recreación, el fin y el comienzo. Acerca de Capetillo, conviene señalar que, tras sus cuentos, los cuales son anuncio de imágenes visuales poéticas que habrá más tarde de reiterar de modo constante -imágenes en torno al agua, el viento, el fuego, la tierra, la palabra, lo ritual, el sacrificio, la transfiguración...-, él hilvana una obra densa y multiplicada, la cual crece sin cesar, con pretensiones de un encuentro con lo absoluto, desde la escritura cotidiana.

Capetillo es autor de obras, las cuales son libros de libros; obras entre las que destacan Plaza de Santo Domingo (Harper & Row Latinoamericana; obra completa, cinco libros en un volumen, 540 pp.) y El final de los tiempos (CNCA/ LUZAZUL; ocho libros en un volumen, 400 pp,), más otros libros sumados sin fin, los que de esta obra se desprenden: Paraíso perdido y recobrado (Un poema en tres partes dividido: / Serpiente / Superficie / y Escalera (DGP / UAM/ Molinos de Viento), Reinvención del Paraíso (prosa poética, relato amplio aún sin publicar), o incluso el ensayo titulado Límites de La muerte de Virgilio/Hermann Broch: más allá del lenguaje...

Como se ha dicho, la obra de Manuel Capetillo corresponde a un orden musical y simultáneamente arquitectónico. Es una obra construida lentamente, cada vez con mayor conciencia de una búsqueda precisa: la edificación de un templo y la persecución de su mayor altura.

OBRA PUBLICADA*
Novela: El cadáver del tío, FCE, 1971. || La galería dorada, Oasis, Los Libros del Fakir, 1977. || Plaza de Santo Domingo, Joaquín Mortiz, 1977. || Monólogo de Santa María, UV, 1985. || Plaza de Santo Domingo, Harla, 1987. || Paraíso perdido y recobrado. Un poema en tres partes dividido, Ediciones para Obsequio/MC, 1994. || El canto de la palabra, Ediciones para Obsequio/MC, 1995; Conaculta (Práctica Mortal), 2002. || El retorno de Andrés y otros viajes, Aldus, 1996. || La espiral del agua, FCE (Serie Espiral, núm. 2), 2000.
Teatro: Los experimentos, Finisterre, 1972.
Varia invención: La espiral de los tiempos, Ediciones para Obsequio/MC, 1996. 
Recursos electrónicos
Muestra literaria: Cuentos de Manuel Capetillo en Ficticia, ficticia.com
*(Probablemente sea una bibliografía limitada y haya más textos que desconozco)


TEXTOS
UN COMIENZO
Yérguese la adolorida tierra. En la sangre derramada inútilmente se hunde la sangre, hallándose ahí a la sangre, derramada como alimento de la vida. Se mezcla la obscuridad con la luz. Aún quedan confundidos el trigo y la cizaña. Es tan solo imaginación paradisiaca la montaña imaginada por Caín, donde son corona de penumbra las infinitamente distantes figuras de los padres del mundo original. Se escucha todavía el primer llanto de la parturienta, cuando Adán y Eva se dirigen al valle obscuro del abismo.
De la descensión celeste se precipita la lluvia de rocío blanco sólido de luz. La roca brota aguas caudalosas en los desiertos, y esa agua en odres de vino se contiene en los caseríos nocturnos. Se vive en fiesta, no obstante la consecuencia provocada por el engaño. La muerte triunfa, pero más que nada ronda inútilmente, asustada de sus particulares temores.

TIEMPO DE REFLEXIÓN
Fue por los pasillos obscuros de esa concavidad, en la que él provisionalmente vivía. Tomó con la mano derecha una curvatura desconocida y sensible, persistiendo mientras una exclamación, ahogada por el intolerable dolor que alguien sentía en torno suyo, temblorosa esa mano, y así también su cuerpo, enteramente. La cabeza flotaba, modificando su forma, y el delgadísimo conjunto de huesos, y de nervios y músculos, siendo cada parte, sobre todo, agua, y también flotaba el agua misma y sola que lo constituía, todo él flotando en ese mar estrecho y abundoso que semejaba una abultada gota de líquido, dentro de la cual supo crecer y estirarse largamente, cuanto pudo. Volvió a mirar, tras esa sensación, y en su mano estaba una cierta materia, similar a la carnosidad espumosa de las esponjas marinas, ni de metal ni de madera ni de nada, excepto de carnosidad humana confundida, que más se confundía, eso sí, con la puerta cerrada que se abría a la luz. Se detuvo dentro, y él mismo clausuró la abertura momentáneamente, deslizándose a la comodidad obscura, a fin de reflexionar con sensatez antes de tomar decisiones respecto a las que, más tarde, debiera arrepentirse.

REUNIÓN
En orden el sitio. Mesa y platos, limpios. Aún podría venir. Durante la madrugada, aguardando, me entregué al sueño. La lluvia cesó, si acaso, cuando me encontré despierto. Mis manos recorrieron la longitud de su cabellera, enredada entre los árboles. Presentí que su boca huía de mi boca, ella adentrándose, llevando consigo al bosque en la obscuridad de la selva y la tormenta. Más lejos, invisible para mí, adivinado, un resplandor. Me detuve, a sabiendas de que, en mis manos, y entre mis dedos alargados, algo hubo. Me acomodé en la mesa inexistente con intención de conversar. Decidí al fin encaminarme al sitio de la espera. Imaginé que allá, en la distancia, la noche me aguardaba. Luego aceleré mi prisa detenida, incesante.

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