lunes, 20 de mayo de 2013

23.344 De Lautaro Vilo


FICHA TÉCNICA:
Dirección y Escenografía: Gustavo Beltrán Méndez
Iluminación: Sara Verónica Alcántar García y Esaú Corona
Video: Samuel González Fernández
Vestuario: 23.344 Crew
Asesoría vocal: Melanie Estefanía Borgez
Producción ejecutiva: Liliana Rojas Flores
Diseño gráfico: Juan Carlos Hernández
Relaciones públicas: Liliana Rojas Flores
Equipo técnico: Verónica Alcántar García y Esaú Corona
Financiamiento: Nuna Teatro Contemporáneo, CinEspacio 24
ELENCO: Emmanuel Pichardo Caballero
Jorge Alberto Maldonado Pulido
Samuel González Fernández
Duración: 60 minutos



Por: Adrián Ledesma Rodríguez

Presenciar la escenificación de 23.344, realizada por Nuna Teatro Contemporáneo, me recordó una situación familiar y una escolar. Primero, cuando era un chico que aún soñaba con ser un gran jugador profesional de futbol soccer, un crack al puro estilo del sublime Diego Armando Maradona, cada fin de mes se congregaba toda la familia para compartir los sagrados alimentos. Esto se hacía en memoria de la abuelita y todos estaban obligados a responder porque se trataba de transmitir una identidad generacional compartida, aunque a ninguno le perteneciera realmente. Como es propio de la clase obrera, las reuniones consistían en comilonas con platillos de todo tipo hechos casi exclusivamente con carne de res y cerdo, así como la tradicional e inevitable sopa de fideos; la cosa terminaba invariablemente en borracheras monumentales. Del mismo modo en que ahora los chicos veinteañeros trabajan toda la quincena para despilfarrar en el antro o el bar con la novia, los amigos o alguna chica, en ese entonces nuestros padres, que tendrían más o menos la misma edad, ahorraban lo necesario para que no faltara comida, bebida y cigarrillos. Aquello se convertía en un aquelarre caótico donde salía a relucir que cada núcleo familiar siempre sí tenía una identidad propia (cosa impensable en una familia argentina de Ciudad, recién establecida en la clase media de los años setentas), con sus intimidades y sus muy concretos disparates que, como diría Octavio Paz en El laberinto de la Soledad, serían mortales si no estuvieran dentro de una dinámica de “Fiesta”. Para nosotros como niños era un tiempo de tregua que nos sustraía de la necesitada, desesperada y limitada realidad en que nos desenvolvíamos a diario. Mientras, guiados por los primos mayores, corríamos de aquí para allá haciendo todo tipo de travesuras, nuestros padres se emborrachaban, bailaban y se reían con la libertad que sólo permite un espacio así. Con todo, el momento más importante y que ocasionaba pleitos maritales pre-reunión, era la hora de la comida, donde todas las madres tenían que lucirse no sólo con la sazón, sino con el costo y la abundancia, so pena de ser juzgadas por las matriarcas de los Ledesma, quienes eran las primeras en probar los alimentos y daban, o no, el visto bueno. Y para nosotros como niños, que nos la pasábamos comiendo ejotes, papas, huevo y pollo principalmente, era un agasajo tal cantidad y diversidad de platillos hechos de res y cerdo. Sin embargo, algo curioso sucedía, pues aunque intentábamos vehementemente comer mucho de todo, terminábamos hastiados, decepcionados y literalmente sin gusto en el paladar durante la primera ronda (de allí que el “recalentado”, como decís acá, siempre sepa mejor). Mi recuerdo escolar tiene que ver con CLDyT, específicamente con el Taller de composición dramática impartido entonces por el Mtro. Ignacio Solares, quien siempre recurría, a propósito de la Teoría del cuento de Julio Cortázar, a la imagen del cierre de un relato en el que un hombre arroja a la calle, a través de una ventana, un par de monedas y -decía el Maestro Solares-, estaba tan bien hecha la historia, no sólo en su estructura narrativa sino en su esencia vital, que “uno podía escuchar el sonido de las monedas al golpear el suelo”. Así, cuando le presentábamos un texto, para explicarnos que le hacía falta esa esencia de la experiencia vital, es decir, esa dimensión universal de la verdad humana, nos decía: “no está mal, pero no escucho las monedas”.

A qué viene esta serie de aparentes divagaciones, pues precisamente porque a la obra 23.344 le suceden exactamente esas dos cosas. Es uno de esos trabajos donde todo parece ser excelente porque convence jurados, divierte al público y es fácil de vender; y sin embargo, en lo respectivo a la esencia dramática tiene la mira perdida. En seguida me explico: en principio parecería que el diseño y distribución de los elementos en el espacio es adecuado y significativo; que la adaptación del texto es interesante y atractiva; que el Director trabajó los detalles a conciencia y que los actores son diestros en el oficio actoral; sin embargo, conforme avanza la obra y se supera el planteamiento inicial, cuando el drama debe pasar de una serie de recursos jocosos a la dimensión del carácter humano, cuando el núcleo esencial del argumento debe y necesita concretarse, por el contrario, se diluye. Y esto se nota inmediatamente en la incertidumbre de un cierre sin contundencia. Así nos damos cuenta, al pasar los minutos, que el audio no está en un lugar conveniente para el espectador y aunque potente (para el espacio), padece de una incorrecta ecualización. Que la utilización de los elementos en el escenario aunque es interesante y dinámica, carece de fuerza; que a pesar de un planteamiento escénico atractivo hay momentos ambiguos y sin referencia simbólica; que aun contando con una plausible adaptación del texto a la realidad contemporánea mexicana, hay detalles que le restan verosimilitud. Que los puntos medulares de quiebre, de anti-clímax, que le son necesarios para generar profundidad dramática y hacer la experiencia dolorosamente entrañable, son minimizados en el mejor de los casos y hasta ignorados. Que a pesar de contar con actores a quienes se les notan las ganas y el gusto de estar en escena, así como un verdadero interés en el dominio de su herramienta de trabajo, no logran llegar, ni llevarnos, ni comunicarnos, la medula argumentativa del devenir por el que atraviesan sus personajes; y que, aunque parece que el Director hizo un trabajo exhaustivo con la intención de la acción dramática, al final, no hay un voz propia que abarque el sentido general de la propuesta escénica.

Con esto no quiero decir que la propuesta esté mal o no valga la pena, por algo han ganado premios y menciones honoríficas -así lo hacen notar (además de las obviedades burocráticas)-. Quiero decir que es ineficaz. En la encuesta que nos pidieron llenar preguntaban si nos había gustado o no la obra y con toda honradez contesté que sí, porque es un hecho que obras de este tipo, de fácil asimilación y con esa energía en escena son llamativas; sin embargo, si nos hubieran preguntado: ¿qué te ha dejado la obra?, con la misma honradez hubiera contestado “nada”; hablo de trascendencia vital. Para darme a entender, haré esta comparación, pero cabe aclarar que no estoy equiparando un trabajo con otro, cada puesta en escena tiene una identidad propia: por ejemplo, es lamentablemente un trabajo del tipo del Carro de Comedias de la UNAM, que cada sábado abarrota sus presentaciones en la explanada del CCU, sin embargo, si uno presta la debida atención, llega un momento en que nada tiene lógica ni sentido, en que no se entiende cosa alguna del argumento por la sobre-excitación de los actores que se “lucen”, principalmente, con la intención de alimentar su ego; porque entran a escena, como se diría en el argot del futbol soccer, “sobrados e indolentes” y siguen hirviendo por los 3 o 5 minutos de aplausos que reciben y que es lo único para lo que trabajan. Con todo, a pesar del acartonamiento, de las impostaciones dadas a gritos y de la poca imaginación para resolver las escenas, al final siempre llega un aplauso nutrido de espectadores casuales que se van contentos porque, sin importarles que no se enteraron de qué iba la obra, creen que vieron teatro. La obra resulta entretenida, pero el teatro, como arte, es algo más que una ocurrencia divertida. Ahora que, a diferencia de otras puestas en escena en que resanar significa casi reconstruir desde los cimientos, en 23.344 de Gustavo Beltrán, el trabajo es de contención, de darle peso y asentar contundentemente los tres o cuatro puntos nerviosos de la obra y para ello, el Director debe reconocerlos en el texto y hacérselos reconocer a su equipo; lo mismo que no debe permitirse ser seducido por la cómoda relación de sus actores con el escenario, pues da la ligera impresión de que son ellos, los actores, quienes realmente se están dirigiendo; y estos a su vez, jóvenes con interesantes características aunque demasiado conscientes de sus capacidades histriónicas, deberían apostar por la exacta emisión del mensaje antes que por el lucimiento personal, ya que para eso habrá espacios propicios en otros momentos. Su gusto y empuje por el teatro es de agradecerse, pero corren el riesgo de volverse impostados, sobrados y al final petulantes, a causa de esa energía desbocada, sin dirección concreta, que proviene de confundir intensidad, potencia y pasión, con volumen, velocidad y excitación.

El problema con obras de este tipo o del llamado teatro postdramático, es que al no contar con una consecución de acontecimientos que desemboquen en un clímax establecido, todo se reduce a reflexiones sin repercusión acerca de coincidencias del destino, pero allí es donde está la trampa, porque siempre hay un momento catártico, sólo que en lugar de que todos los caminos conduzcan a ella, se sobrentiende que la catarsis puede estar en cualquier camino, a través de una conciencia por acumulación, que se reparte en cada una de las situaciones, narraciones o momentos acontecidos en escena. Por lo mismo es de vital importancia para 23.344 de Gustavo Beltrán, que esos diminutos puntos de anticlímax catártico en el tránsito de sus personajes, que nos revelan la verdadera esencia de su carácter, es decir, su dimensión humana, se perciban claramente; de otra forma estos tres tipos sobre la escena serán completamente prescindibles, como lo somos todos aquellos que hemos pasado una noche de recuerdos, cigarrillos y tragos con los amigos, tratando de ocultar esa forma inevitablemente patética de nuestra voluntad y nuestra historia personal.

Obras como esta, presentadas de esta manera, son fácilmente aceptadas, reclutadas y promocionadas; sus creadores, en este caso Nuna Teatro Contemporáneo, seguirán bien recomendados, pero esta puesta en escena en particular, es como esas comilonas en las reuniones familiares de mi infancia: hay demasiado de todo y todo tiene buena pinta, pero la falta de contención, de discernimiento y de motivos, hacen que uno termine hastiado. Gustavo Beltrán Méndez en lugar de mostrarnos cómo se “arman los armados”, los cuales te matan (es verdad, pero lenta y sustancialmente), nos presenta en escena un cigarrillo electrónico (así de sofisticado y sin sentido). También, y quizá lo más preocupante, es que a pesar de esas ganas desfiguradas de entregarse sobre el escenario, las monedas de su apuesta siguen sin sonar.

2 comentarios:

  1. A mí la obra me encantó. Tiene un discurso muy fuerte, que no sea obvio es otra cosa. Me parece una propuesta muy arriesgada, cómo mujer me hace pensar muchas cosas sobre el mundo masculino y el machismo. Coincido en algunas de tus observaciones, sin embargo suenan muy tendenciosos tus comentarios, tirar mierda por tirar mierda. Yo no vi ningún cigarrillo eléctrico)

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    1. Agradecemos tu comentario, aunque nos gustaría saber cuál es tu nombre y cómo llegaste a este espacio; nos ayudaría a tener una visión general más completa. Saludos

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