lunes, 20 de mayo de 2013

Apuntes Críticos a las Obras presentadas en LA TEMPORADA TEATRAL DE PRIMAVERA 2013


EDITORIAL


Recién habíamos entrado a la Licenciatura y estábamos ávidos no sólo de conocimiento sino de experimentar, crear y arrojarnos a las profundidades del fenómeno teatral. Desconocíamos entonces que el Teatro, como todo en esta vida -por lo menos en México-, se trata más de relaciones que netamente de vocación artística; y asimismo, que  la escena mexicana tiene su lado “B” o espacio marginal, donde se encuentran todos aquellos seres de carácter oscuro y terrible que parecen, como decían nuestros padres: “estar en contra de todo y a favor de nada”. Triste o satisfactoriamente, nosotros formábamos parte de ellos y aunque un poco insolentes, la conciencia de la propia ignorancia, que fuimos adquiriendo conforme nos dábamos a pensar con mayor intensidad en el acontecimiento escénico, siempre nos devolvió a la tierra. Así hemos tratado de llegar a la medula del arte dramático, según nuestra propia concepción del Teatro; pero así también, nos ganamos la desconfianza de profesores acostumbrados a las muchedumbres idólatras y la antipatía de aquellos personajes propositivos, que habiendo nacido en el lado “A” de la vida, han tenido las puertas del quehacer profesional no sólo abiertas sino preparadas para su llegada. Pasado el tiempo sucedió que la colectividad se partió en tres: desgraciados, privilegiados y exiliados; así, quienes estaban destinados a perecer en el camino sucumbieron a su nefasto destino; aquellos agraciados que también, aunque en sentido completamente contrario, estaban destinados al éxito, llegaron a él, independientemente de las actitudes, barbaridades o limitaciones artísticas. Y finalmente, aquellos pocos que íbamos por el filo de la navaja sin partirnos pero sin salvarnos, seguimos resistiendo la agonía de un destierro de los escenarios que nos obligaría a pensar el Teatro sin poder estar nunca en él.

Era la década de los 90´s y más allá de las circunstancias, florecía un ambiente creativo, y en todos (desgraciados, privilegiados y exiliados), había hambre de exploración, respeto por el aspecto sagrado de la escena y consciencia de lo trascendental del acontecimiento dramático. No diremos que fueron bellas épocas porque no fue así, al menos no para nosotros que íbamos aprehendiendo el Teatro a tumbos y tropezones, pero  a no ser que la nostalgia nos traicione, las muestras internas de aquellos años (cuya persistencia se la debemos en gran medida al Mtro. Lech Hellwig-Górzynski) eran interesantes ejemplos de reflexiones dramáticas en la búsqueda de una voz personal, donde lo mismo se podía encontrar atractivas representaciones que iban desde Esquilo y Rodolfo Usigli hasta Heiner Müller, pasando por distintos géneros y propuestas, unas más afortunadas que otras; sin embargo, se notaba la preocupación por la eficacia y el compromiso artístico. Ejemplo de ello fue Escorial de Michel de Ghelderode, bajo la dirección de Abril Alcaraz o Me llega una carta, de Rodrigo García bajo la Adaptación y Dirección de Natalia Cament, la cual obtuvo varios reconocimientos internacionales. Aun cuando el tratamiento y el estilo no fueron de nuestro completo agrado, era de celebrarse el trabajo detallado y minucioso en todos los elementos que intervienen en una escenificación, comenzando por el análisis correcto del texto dramático y culminando con la creación de una atmósfera multisensorial completa que atrapaba totalmente la atención del espectador, generando así lo que conocemos pero pocas veces experimentamos: el hecho escénico, el acontecimiento dramático, el fenómeno teatral. Dicho trabajo podía (y lo hizo) competir con cualquier representación profesional, nacional y extranjera, y salir victoriosa.

Pero como diría Jaime Gil de Biedma “ha pasado el tiempo y la verdad triste asoma…”, ahora nos encontramos con generaciones a las cuales les falta imaginación y les sobra protagonismo. Generaciones que confunden el espacio vacío donde se engendra la creación, con el caos, con la relatividad de la palabra o la informe libertad absoluta; que confunden la expresividad escénica con los ejercicios de entrenamiento de la expresividad escénica; que en la mezcla mal conocida de corrientes y estilos, en la ambigüedad de una moda que retoma el posmodernismo y el pensamiento de las vanguardias artísticas del S. XX, estudian teatro para negar el teatro y exigen caprichosamente los secretos del drama para negar el drama. ¿Qué es lo que ocasiona este retroceso o al menos este estancamiento que lleva casi diez años? ¿Qué hace la diferencia entre una generación y otra cuando las deficiencias y las carencias padecidas son las mismas: instalaciones miserables, trabajadores caprichosos y poco productivos, cátedras repetitivas, ineficientes o poco significativas para un fin concreto; un inexistente régimen específico que prepare intelectual, física y en general, vitalmente al estudiante; la nula creación de cuadros profesionales que vinculen a las generaciones con el trabajo profesional, entre muchas otras cosas?

No podríamos atrevernos a decir que lo sabemos o que lo intuimos siquiera, sin embargo, en nuestra reciente experiencia con los jóvenes estudiantes que presentan sus trabajos, pareciera que “la libertad creativa” que propicia el recientemente aprobado plan de estudios, con la creación de los Laboratorios o los TICAS, ocasiona una imposibilidad de cuestionar los motivos y las formas que se le ocurren a los insipientes directores de escena; al mismo tiempo parece que al no haber un momento para el punto de vista crítico (ya que el público que asiste a las temporadas del CLDyT no es ni siquiera aficionado al teatro), se genera un desentendimiento, es decir, una irresponsabilidad por parte de la Institución -que involucra trabajadores, autoridades, profesores y estudiantes-, acerca de los mecanismos y fines de los resultados presentados; esto por necesidad obliga a demeritar la autocrítica y dejar que las cosas ocurran como y desde donde puedan transcurrir, provocando lo que según nuestra percepción del teatro no debe suceder en la construcción de la maquinaria teatral, no al menos como regla: la indiferencia. Es por esto que ahora nos damos a la tarea, para contribuir con un granito de arena desde este destierro al que nos hemos resignado, de hacer una crítica con el propósito de ayudar a los estudiantes a nutrir su conciencia del fenómeno teatral. Con la libertad del loco y sabiendo que es muy probable que todo caiga en oídos sordos, desde lo profundos o ingenuos que puedan ser nuestros planteamientos y dada nuestra condiciones de seres de teatro exiliados del mismo, habremos de expresar nuestras ideas sin concesiones pero sin dolo. En esta ocasión hablaremos acerca de las obras presentadas en la Temporada Teatral de Primavera 2013 del Colegio de Literatura Dramática y Teatro: 23.344 de Lautaro Vilo, Dirigida por Gustavo Beltrán Méndez; LA MUERTE DE CALIBÁN (CANCIÓN POPULAR) de Magda Fertacz, Dirigida por Alejandra Itzel Aguilar Domínguez; CUARTETO PARA CUATRO ACTORES de Boguslaw Schaeffer, Dirigida por Efraín Pérez Álvarez; y, UN RICO, TRES POBRES de Louis Calaferte, Co-Dirigida por Aurora Gómez Meza e Isabel Yurai Terán Ibarra. Esperamos que la palabra, tan demeritada últimamente, sea provechosa para los trabajos realizados, los que están en proceso y los que están por nacer; asimismo, que valga para todos: privilegiados, desgraciados y exiliados del Teatro.





ATENTAMENTE
El Club de los Espíritus Sangrantes

Diego Henestrosa
Adrián Ledesma Rodríguez
Israel Antonio Mejía Ortiz
Doménica R. Castellanos



Ciudad Universitaria
México, D. F., a 20 de mayo de 2013


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Queremos conocer tu opinión